sábado, 3 de abril de 2021

Esa vez.


Esa vez, me senté en una esquina. Directamente en el suelo, sobre unos adoquines, en Lisboa. Era la primera vez que estaba ahí, pero sentía que lo conocía todo. El nombre de las calles. Las rutas de los tranvías. El ritmo de la gente, incluso. Todo me parecía cercano. Íntimo. Hasta un perro que pasó a mi lado respondió al nombre que pronuncié y se tendió a un costado. Era temprano. Había amanecido hacía poco y recién comenzaba a transitar la gente. En lo que a mi concierne, había salido a solas, a dar una vuelta. En una panadería había comprado un par de panes dulces y compartí uno con él. Se lo comió sin problemas. También tenía un café que terminé de tomar mientras miraba a un par de ancianas que caminaban lento, en otra vereda. Un hombre de mi edad se acercó entonces y me ofreció tabaco. Porque sí, supongo. Porque iba a fumar y estaba ahí y porque era Lisboa, en el fondo. Le agradecí. Él se sentó a un costado y lio un cigarrillo. Me lo entregó. Él sacó una pipa y la encendió mientras yo encendía también mi cigarro. No acostumbraba fumar, pero el tabaco tenía buen aroma y no quise negarme. No dijimos nada en varios minutos. El único que habló fue el perro, que le ladró a un pájaro que caminaba a muy poca distancia y que voló casi de inmediato. Cuando terminamos de fumar el hombre se levantó y me preguntó si era mi primera vez en Lisboa. Yo le dije que no. Que no sabía. Que probablemente no. Él sonrió sin agregar nada. Luego se fue. Yo también me puse de pie y comencé a regresar al hostal, donde me alojaba. Saludaba a la gente al pasar, como si la conociera. El perro me siguió hasta que le dije que era mejor que se fuera y me hizo caso de inmediato. Casi me atropella un tranvía, mientras caminaba, pero todo seguía siendo perfecto. Nunca he vuelto a sentirme así, en sitio alguno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales