domingo, 18 de abril de 2021

Perder a Klaus (II)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Andy dice que no, pero no asegura nada. Fue en la plaza el otro día, aunque no sé realmente si es ahí donde comienza la historia.

Klaus es el perro de mi madre, o lo era. Suele ladrar bastante aunque nunca ha mordido a nadie -me refiero al perro, no a mi madre-. De hecho si madre hubiese sido perro pienso que no habría ladrado mucho, pero ya tendría a varios con mordidas. Sin gran daño en todo caso.

El caso es que Klaus sí ladraba. Molestaba a Andy en cuanto llegaba a casa, pero nunca intentó atacarla. Andy en todo caso parecía no percatarse, le hablaba siempre con cariño como si Klaus hubiese ido hacia ella con una pelota en el hocico y moviendo la cola. Así es Andy. Y así es Klaus. O así era.

Esa mañana no habíamos ido al colegio. Habíamos despertado con dolor de estómago, aunque exageramos un poco. Andy me contó que tenía un plan, un gran plan creo que dijo, y decidimos juntarnos apenas almorzamos. Yo dije que iba a pasear a Klaus y me puse los patines. Andy llegó sin ellos aunque porfió mucho rato diciendo que alguien se los había robado y hasta acusó a un hombre que leía el periódico en un banco. Creo que hasta desamarró a Klaus e intentó asustar al tipo con él. Sin éxito, obviamente.

-Y ¿Cuál es el plan?

-¿Cuál plan?

A los pocos minutos me rendí. Con Andy era así. No valía la pena insistir y además el asunto de sus patines había cambiado todo.

-Aún no entiendo cómo lo hizo.

-¿Quién? ¿Qué cosa?

-Robarme los patines. Sé que no se llevó nada, pero algo debe haber hecho.

Andy fijaba la vista en el banco donde había estado el tipo. Éste se lo había tomado un poco a broma primero, pero terminó por irse algo apurado. Había dejado el periódico en el banco. Andy se acercó y parecía buscar algo entre las hojas.

-¿No te parece extraño? –dijo de pronto enseñándome algo.

Era una página donde aparecían las carreras de caballos. Había algunos marcados y Andy repasaba sus nombres. Sólo le faltaba una pipa en la boca y mirar las letras con una lupa. Repetía los nombres uno a uno mirando al horizonte.

-Monja tiritona, Podría ser peor, Helado de fresa, Bajo el árbol, Afeitando a Santa…

De pronto me miró como si hubiera algo obvio de lo que yo no me había percatado.

-No te da una idea esto –dijo Andy- como si nos estuvieran mandando a hacer algo.

Yo repasaba los nombres y trataba de mantenerme seria. Me había vuelto un poco el dolor al estómago así que descarté inmediatamente las ideas que me sugirió Helado de fresa. Entonces vi que Andy apuntaba a Bajo el árbol y entendí claramente.

-Elemental –le dije, y Andy pareció contenta.

Nos pusimos a cavar bajo el árbol en que amarrábamos a Klaus y a él lo dejamos amarrado al banco. La tierra estaba blanda aunque algo hedionda. No hay que olvidar que a veces dejábamos horas a Klaus ahí mientras andábamos por el lugar. Pasaron los minutos y me empecé a cansar. Además no avanzábamos nada y si no encontrábamos nada, Andy podía seguir con Monja tiritona y terminar en la iglesia donde a veces fuimos a ver unas monjas cantar tras unas rejas.

-Sin duda el tipo es un psicópata. – decía Andy y seguía cavando.

Yo asentía, pero ya apenas avanzaba. Tenía las uñas llenas de tierra y además nos molestaban las raíces. Entonces encontramos eso.

Eso era una especie de caja. Quizá había sido una caja de fósforos, aunque era un poco más grande y ahora parecía estar vacía. Además se veía aplastada y a mí me parecía de poca importancia. Andy en cambio se la llevó a la nariz y luego a los oídos. Parecía esperar que sonara un reloj de tiempo o que un olor extraño revelara la presencia de armas químicas. Entonces Andy abrió la caja y se dio cuenta que no había nada, excepto dos pequeños papeles en blanco aunque muy húmedos. La cara de Andy dio muestras de dejar de creer de pronto.

-Quizá la dejó para despistarnos –Le dije- Ya sabes como esas pistas falsas…

Me apenaba ver a Andy dejar de creer en algo. Siempre su ánimo descendía de golpe y después no había más que ir a casa. Entonces ella pareció recuperarse.

-Psicópata –dijo entre los dientes- Maldito psicópata.

Andy se había parado decidida, así que yo recogí mi bolso y me dispuse a buscar a Klaus.

-Andy, ¿Klaus…?

-Sí, tráelo. Nos hará falta. –Dijo sin mirarme.

Cuando logré que entendiera el problema ya no quedaba nadie en la plaza. Debimos haber amarrado mal la correa o algo así. Como el asunto para mí era serio decidí advertirle a Andy

-Por favor no me nombres al psicópata, ayúdame a buscarlo y ya está.

Andy fue a buscarlo en una dirección y yo en otra. El problema era que yo debía también hacer luego el camino de Andy. Ella era capaz de volver con un gato, un conejo o hasta un hámster.

Mi madre debía estar por volver a casa y no quería pensar lo que pasaría. De tanto pensar me di cuenta que ya estaba dando vueltas en círculos.

-¿Ha visto un perrito blanco? –preguntaba

-No –me dijo una señora que estaba siempre para da en una esquina y que notoriamente usaba una peluca- Pero una niña hace un rato me preguntó si había visto un perro negro, grande y muy bravo.

No supe si la señora intentó asustarme o simplemente Andy se había equivocado de camino y ya había olvidado a Klaus. Entonces decidí volver a la plaza para ver si Andy tuvo mejor suerte.

Justo antes de doblar la última esquina encontré a Klaus junto a unos arbustos. La correa se había enredado entre las ramas y el estaba echado, como resignado ya.

De lejos podía verse a Andy en la plaza. Ella estaba escribiendo unos nombres en unos papeles junto a algunos papeles recortados.

-Es como brujería, pero no es malo –me dijo- Aquí anoté a quienes me caían mal junto a los nombres de los caballos de carrera más feos. Ya enterré la otra lista con los buenos junto a los mejores caballos, grandes esperanzas y Axolotl…

-Andy –le dije-, estábamos buscando a Klaus.

Entonces ella me apuntó la banca donde antes había estado el tipo. Amarrado a ella estaba Klaus. Cuando me vio movió la cola e intentó acercarse, pero la correa se lo impidió. Andy seguía enterrando aquellos papeles y parecía estar haciendo algo serio. Lo suficientemente serio al menos como para no mirarme.

Yo también tenía a Klaus a un costado. Podía ver a los dos Klaus, exactamente iguales y hasta con correas idénticas. No atinaba a pensar nada. Pero de alguna forma sabía que ninguno de esos perros era falso. Eran Klaus. Y movían la cola.

-Ayúdame al menos a llevarlos a la casa. No me atrevo a llevar los dos yo sola.

-Ya entiendo –dijo Andy sin preocuparse- no confiaste en mí y compraste otro para que no se dieran cuenta.

No quise responderle. En todo caso Andy ni se hubiera percatado. No sabía que decir en casa. Cómo explicarlo. O cómo explicármelo yo misma.

-Toma –dijo Andy entregándome un papel cortado del periódico- No encontré a quién colocar con este nombre.

Luego Andy se volvió y se despidió de los Klaus quienes le dedicaron grandes ladridos. Yo me quedé a unos pasos de la casa. Ambos perros sujetos con una mano y con el papel en la otra.

Podría ser peor, decía. Creo que salía en la primera carrera. Yo tenía miedo de mirar en mi otra mano, pero sentía a los perros tironear las correas.

Pasa el tiempo, pero esa sensación no me abandona desde entonces. Como si a pesar de haber encontrado a Klaus (dos veces) hubiese otro Klaus que no encuentro todavía. O como si una parte mía siguiera buscándolo. O buscando algo. Quién sabe.

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