lunes, 19 de abril de 2021

Perder a Klaus (III)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Me gustaría poder decir que sí simplemente y esperar quizá algún tipo de castigo… o que no y jugar como si esto fuera un chiste o un acto de magia, como si aquellas palabras fueran pañuelos azules que sacara de mi boca, uno a uno con mis manos hasta estirarlos delante como ofrenda: Perdí a Klaus, madre. Y eso fuera todo.

El problema es que las cosas no son nunca lo suficientemente simples. O cuando lo son viven amenazándonos con un silencio extraño, como si hubiese una pequeña voz advirtiéndote algo, aunque en realidad no hay nada. Lo he sabido siempre y por eso ya no me detengo a escuchar. Dejo al silencio en su silencio y entonces las verdaderas voces se escuchan:

-Nos juntamos a las doce –es la voz de Andy-, Recuerda llevar los patines, algunos plumones, un lazo y una foto de tu hermano. Cambio y fuera.

Esa es Andy. Esa es Andy y su voz le corresponde. Un poco en broma, un poco en serio, pero lo cierto es que nos encontraremos en la plaza a las doce. Llegará a la hora y me preguntará para qué he traído aquellas cosas. Probablemente ella no haya llevado los patines, así que me permito llevar a Klaus. Además es la excusa que tengo para salir de casa sin que me hagan problemas. El pobre de Klaus siempre termina amarrado a uno de los bancos de la plaza y hasta se da el lujo de subirse a ellos y mirar de igual a igual a los señores que vienen aquí casi todos los días. Nunca ha mordido a ninguno, así que nadie reclama. Entonces escucho la voz:

-¿Para qué has traído esas cosas?

Es la voz de Andy y ella detrás. Como cuando Klaus corre y voltea una esquina antes que yo. Andy siempre llega más tarde que su voz, como si arrojara objetos para que uno la mirase y luego pudiera hablar concretamente.

Yo llevaba las cosas en un bolso azul quizá demasiado grande. Lo había traído papá de un viaje y era un bolso tan feo que madre había dejado de hablarle varios días cuando él se lo dio envuelto en papel café. Yo lo usaba para guardar unos juguetes viejos que no quería botar y que quería guardar para mis hijos, supuestamente.

-¿Y yo te dije eso? –Andy insistía pues no creía nada de mi historia- ¿y para qué iba a querer yo un lazo o la foto de tu hermano?

Como no tenía sentido discutir con Andy y además hacía calor, decidimos ir a comprar algo. No decidimos bien si serían bebidas o helados, pero lo cierto es que dejamos a Klaus en la plaza, cuidando el bolso azul que estaba también en el banco.

Al final no compramos helados ni bebidas. Yo me compré un paquete de suflés y Andy compró una libreta y un lápiz pasta.

-La idea es escribir nuestros nombres en una hoja y dejarlos sobre el letrero del nombre de esa calle. –Andy apuntaba un típico letrero negro-. Luego dejamos pasar 10 años, o 20 y volvemos a verlo. Será como reencontrarnos o algo así…

Mientras hablaba, Andy escribía su nombre completo en una hoja. Luego me acercó la hoja y yo escribí el mío bajo el suyo. A pesar de ser una idea absurda a mí me encantaba. Saber que nuestros nombres se perderían rápidamente y no quedaría ni rastro de lo que éramos en ese entonces. Este entonces.

Yo pensaba ser la primera en descubrir la ausencia de nuestros nombres. Asegurarme de que no seguimos siendo eso que nos toca ser un día y a veces no nos gusta. Como si el no encontrar esa hoja me diera una tranquilidad para no preocuparme nunca por el hoy, como si esa ausencia emitiera un ruido capaz de acallar el silencio un tiempo más.


Aterricé de golpe cuando volvimos a la plaza. Como un avión que llena la pista de chispas porque no giró alguna de sus ruedas. La rueda que no giró se llama Klaus. El banco donde quedó amarrado está vació aunque el bolso azul permanece aún en el lugar. Incluso compruebo que están los patines dentro y no le falta nada. Quizá Klaus logró arrancarse y ande por aquí cerca.

Quedamos con Andy de juntarnos en una hora de nuevo en la plaza. Ambas iríamos en direcciones opuestas. Andy propuso que dejáramos papeles en los postes de las calles que ya hubiéramos visto a modo de señal. Andy analizaba todo como si Klaus fuese algún objeto que alguien hubiese dejado en un lugar, o si fuese un símbolo o una bandera. Yo, en cambio, pensaba en los papeles como una huella de mí misma. Como un eco o un hilo. Así como la historia de Ariadna que nos contaban en el colegio. Sólo que esta vez Ariadna entraría al laberinto y buscaría por ella misma al minotauro. Se enfrentaría por sí sola al enigma.

Seguí por el laberinto mucho tiempo. Ya no sabía si había pasado el tiempo de juntarme con Andy o si sólo era el miedo lo que me hacía sentir todo más largo. El cielo se sentía más oscuro aunque eso quizá también proviniera de lo mismo. Un miedo extraño.

El miedo era pensar que al centro del laberinto solo hubiera silencio. O un gran espejo que te devolviera tu imagen y vieras que no hay de fondo nada más, que estás en medio de ese espejo como flotando en ti misma. Otra opción era que en el centro estuviese Klaus, aunque eso también asustaba: qué tal si no era Klaus, que tal si alguien puso eso ahí para calmarme y yo debiera en realidad seguir buscando. Porque Klaus no es necesariamente ese Klaus. Y esa calma que te da el silencio, esa falsa tranquilidad de saberse en paz, o encontrando lo que uno busca cuando en realidad las manos están vacías. Como cuando juegas con tacitas y cocinas con hojas y te sirves y luego te sientes falsamente satisfecha. Finges uno a uno los bocados y una extraña sensación te llena y de pronto te quedas dormida junto a las pequeñas tazas vacías, extrañamente saciada.


Así supongo me dormí esa tarde pues desperté ya de noche junto al letrero de la calle donde habíamos puesto nuestros nombres. Yo estaba abajo apoyada en él y tenía tanto sueño que no podía moverme. Miré hacia arriba y quise buscar si se veía el papel en lo alto, aunque sólo se distinguía el nombre de la calle: Los Pensamientos.

Y eso hacía más peligroso el quedarse ahí. Estancada en los pensamientos. Lo peor era pensar que esos pensamientos podían ser los de otro. Y extrañamente se hacía importante que nuestros nombres estuvieran todavía allí. Como si eso asegurase que aquellos pensamientos aún nos pertenecieran, o que nuestros nombres nos pertenecieran. Quería tener la seguridad de leer mi propio nombre junto al de Andy. Asegurarme de seguir siendo eso que fui hace cuánto… una hora, dos… 10 años, 20…?


Entonces todo se nubla y veo un par de personas que pasean a Klaus. Aunque no sé distinguir si ese es realmente Klaus. O peor aún, sentir que ese es verdaderamente Klaus y yo sólo pasee un muñeco, un peluche.

Me siento tan cansada que no puedo siquiera mirarme a mí misma. Quizá tenga miedo de bajar la vista y encontrarme con dos piernas de vieja tiradas sobre el pavimento. Encontrarme con que no soy nadie.

De pronto me fijo en la pareja que pasea a Klaus. La mujer que lo pasea tiene un leve parecido a mí, y a madre. Va más adelante que el hombre que la acompaña. No veo bien al hombre. La verdad no me fijo en él. Me interesa ella ¿seré así de mayor? Entonces todo se nubla nuevamente e inesperadamente la calle se acaba para ellos y no puedo verlos más desde aquí.


¿Así que eso era todo? encontrarse años después con pareja que pasea a Klaus… Con una mujer que se parece a mí y que va acompañada de un tipo… ¿seré yo realmente? ¿Cuánto tiempo ha pasado? O ha pasado aún más y fui yo también esa mujer y pasé por aquí y hoy estoy aquí tirada esperando a mis hijos o a mis nietos… y ese hombre ¿habrá sido mi amor o simplemente alguien pasajero? ¿O el amor es también algo pasajero? ¿Habrá sido Klaus aquel perro o todo es una simple coincidencia? ¿Las formas que toma el silencio para burlarse de mi indiferencia, de mi desprecio?

Vuelvo a fijar la vista y veo nuevamente a la mujer. Va con el hombre aunque no podría precisar si es el mismo. La verdad me parece que no. Klaus va adelante y está algo distinto aunque no puedo dejar de saber que aquél es Klaus. Hay algo en él que me asegura que no es falso, que no puede ser quien no es, aunque suene absurdo y algo tonto.

No quiero mirar más. Tengo miedo de ver a la mujer pasar con otro hombre. O verme pasear sola. Lo único seguro es Klaus. Lo único que no puede perderse y yo aquí desesperada buscándolo. Peor aún, debiendo buscarlo y estando aquí tirada bajo el nombre de un letrero donde quizá esté mi nombre que ya casi ni recuerdo.

Entonces quiero dormirme nuevamente. Comprendo que necesito ese silencio aunque sea un poco. Que las imágenes y las palabras pueden cansar y agobiar hasta perderte por completo. Que quizá sea necesario verme sola a mí misma. Perder el miedo de ser yo misma el laberinto, el enigma, el ser de naturaleza extraña que espera al fondo, agazapado.

Quiero nuevamente la tranquilidad. La ingenua tranquilidad de ser algo nuevo todo el tiempo, algo que no alcanzo a percibir, pero que debe estar ahí de alguna forma. Quiero el silencio. El andar en patines, la simpleza de encontrar mi nombre en un papel y decir esa soy yo, esa sigo siendo yo, crecí y aquí estoy. Todo es como corresponde. La vida es esto y aquello. Y ordenarla. Tener tiempo para ordenarla. Esto es lo que amé, lo que no ame; lo que amo y quizá deje de amar algún día. Esto es lo que necesité y lo que no necesité, pero de todas maneras hice. Y no arrepentirme. Construir uno a uno los cajones para mis cosas. Para mi vida. Y luego un gran cajón donde quepa mi vida entera. Mi vida entera.


Me encontraron con fiebre mis padres. Habían salido a buscarme con Andy y me encontraron bajo Los Pensamientos. Apoyada al letrero y con el bolso azul al lado.

Dice madre que yo deliraba y hablaba de magia y cosas por el estilo. De una nueva oportunidad para todo. Dice que rieron mucho con papá cuando yo explicaba que era tiempo aún para arrepentirse, como si fuera un evangélico que pasa por las calles repitiendo cosas. Dicen que hice un acto de magia y que saqué a Klaus del bolso y salió el pobre un poco ahogado.

Madre feliz porque había orinado en el bolso y había excusa para botarlo. Ni rastro de los patines, ni los plumones ni del lazo. La foto de mi hermano se la pillé a Andy, años después.

Creo que construí bien mi vida. No perfecta obviamente, aunque aún queda mucho por construir. O descubrir, quizá. Tengo mis cosas ordenadas en cajones y un bolso grande para aquellas cosas que no pertenecen a ninguno. A veces viene Klaus a mi pieza y olfatea por todos lados. Parece buscar algo. Luego me mira como si yo supiera que busca, y se va meneando la cola.

A veces sueño que yo estoy verdaderamente sobre el letrero, viéndome desde lo alto. Como si desde ahí moviera una marioneta que supongo también soy yo. A veces sueño que paseo a Klaus. No siempre voy con la misma persona. A veces voy también sola, aunque esto no me intranquiliza. Tengo cajones para todo. Incluso para mis sueños.

Esta es mi vida ¿No ven que todo está orden?


-¿Qué buscas Klaus? ¿Por qué miras de esa forma, bonito?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales