martes, 17 de noviembre de 2020

F. le tenía miedo a la nieve.



I. 

F. le tenía miedo a la nieve. 

O sea, no a la nieve en sí, sino al caer de la nieve. 

Me refiero a que temía que la nieve cubriese todo y no dejase de caer. 

Es decir, le temía a la desaparición bajo la nieve. 

O en otras palabras: temía que alguien pudiese contemplar la nieve, decir que es hermosa, y no saber que F., o un mundo entero de Fs., había quedado sepultado bajo ella. 

Por eso F. le tenía miedo a la nieve. 


II. 

¡Mentira…! 

Exclama F. 

¡Nunca le he temido a la nieve! 

Eso grita mientras interrumpe la escritura que caía sobre él. 

De hecho, no hay por qué temerle a la nieve… explica. 

La nieve deja de ser nieve y se convierte en agua sucia. 

Eso es simplemente lo que ocurre. 

Como me mira mientras habla me siento obligado a decir algo más. 

Decir que la nieve no se ensucia por sí misma, por ejemplo, o algo en esa línea. 

En vez de aquello, elijo decir que cada cual desconoce sus miedos 

O ansía desconocerlos. 

Eso suena (tal vez) un poco más acertado. 


III. 

F. le tenía miedo a la nieve. 

Le tenía y le sigue teniendo, por cierto. 

Se la sacude de encima apenas la siente caer. 

No tiene consciencia del porqué, ni tampoco le importa.

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