sábado, 21 de noviembre de 2020

Hacía ropas para animales.


Hacía ropa para animales. Las diseñaba y las creaba, en un pequeño taller. Partió con ropa para perros. Lo clásico. Moldes mayormente. Medidas estándar, en principio. Luego comenzó a diseñar a medida. Le llevaban un perro y ella medía. Conversaba con los dueños. Hacían sugerencias de colores, estampados y estilos. Luego fotografiaba al perro y compartía la imagen en una red social. Entonces llevaron gatos. Después a una iguana que vistió de frac. También recibió varios hámsters y hasta una serpiente, para la que confeccionó un traje con lentejuelas verdes en las que se distinguía una manzana roja. Un año después, aproximadamente, salió en televisión. Se lució mostrando una colección de trajes de marinero hechos a medida para una docena de ratitas blancas. La invitaron a ir otra vez y un par de semanas después firmó un contrato para participar una vez a la semana de un matinal. Media hora cada semana, estrenando una confección para la mascota de un famoso. No le fue mal. No al menos hasta que el caimán de un futbolista le arrancó casi totalmente tres dedos de una de sus manos. Nada de eso salió al aire, por supuesto. Llegó a un acuerdo con la estación para una indemnización bastante alta, que le permitió comprar una casa bastante grande en un sector que podría considerarse de clase media alta. Contrató entonces a un par de personas y las hizo trabajar con sus moldes. Eran muchos, por cierto, y los guardaba en una gran caja en la estaban archivados en perfecto orden. Poco después, cuando robaron esa caja, le pagó a una asistente para que desarmara algunas prendas y volviese a diseñar los moldes, pero no le salió del todo bien. Luego le fue peor, y luego mejor y luego quién sabe… Como a todos.

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