martes, 3 de noviembre de 2020

Topos (la mitad de la historia)



No había rastros ni señales, pero el abuelo de M. se obsesionó con la idea de que tenía topos en su jardín. No sé de dónde lo sacó, supongo que de alguna película o de un dibujo animado antiguo, pero desde que lo mencionó no dejó de salir al jardín y vigilarlo, sentado en una silla roja y con un rifle de balines sobre sus piernas, para dispararle al primer topo que se asomara. 

Por supuesto, no se asomó ninguno, pero sí llegaron a la casa un par de policías que fueron advertidos por algún vecino respecto al hombre armado que estaba en el patio. 

M. estaba en casa, por suerte, y habló con los policías explicándole la condición de su abuelo. Tras esto, los policías llenaron alguna papeleta y, tras revisar el arma, hicieron algunas advertencias de rigor a su dueño, aunque el rifle no podía ser considerado un arma de fuego, así que lo dejaron estar. 

Días después el abuelo de M. comenzó a cavar en el jardín. Apenas tenía fuerza para hacerlo, pero se esforzó e hizo algunos hoyos, durante algunos días, hasta que prácticamente destruyó el jardín. Sin embargo, como tiempo después olvidó que él mismo lo había hecho, volvió a culpar a los topos y retomó su vigilancia con el rifle, permaneciendo frente al jardín prácticamente todo el día. 

Nunca encontró a uno, por cierto. 

Cuando se lo llevaron, el abuelo de M. le dejó el rifle y le encargó a M. que lo protegiera de los topos. Aunque no los veas, los topos existen, le dijo. M. asintió. 

Esa es la mitad de la historia.

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