sábado, 28 de noviembre de 2020

Día.



I.

No suena el despertador.

O suena y no lo escucho.

Duermo entonces un poco más de la cuenta.

Supongo que lo necesitaba.


II.

Hago una lista con cosas que hacer.

Una extensa lista.

A medida que tacho cosas realizadas,
recuerdo otras que olvidé anotar.

Decido anotar así una última observación:

Completar la lista.


III.

Me dicen que ponga la lista en una pared.

O en el refrigerador, para verla cuando pase.

Pero en el refrigerador hay otras cosas.

Reproducciones de cuadros, por ejemplo.

Monet, Cailebotte, Degas…

Recuerdos con imanes de la visita a algún museo.

Un títere para dedos, de Kafka.

Otras figuras, también, que evitaré nombrar.

No es espacio, digamos, para una lista.


IV.

Observar la lista también debiese ser una tarea
que aparezca escrita en algún sitio.

Y es que se olvida uno de mirarla,
mientras avanza el día.

Porque el día avanza, por supuesto.

Porque tiene que hacerlo, no es contra mí.

A través de la luz, avanza el día.


V.

Para mí avanza el día.

Escuche o no escuche el despertador,
el día avanza.

Mire o no mire la lista.

Cumpla o no cumpla
mis compromisos.

Pasa por mí, el día,
en forma de luz.

Se detiene en mí y luego sigue.

No sé a qué sitio se dirige.

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