sábado, 14 de noviembre de 2020

Ese espacio común.



I. 

En el patio un limonero. 

Un pequeño limonero, pero de limones grandes. 

Bonito lugar. 

Bonito limonero. 

Bonitos limones, por cierto. 

Tan perfectos los frutos que nadie los arranca. 

Pasan así los días y se quedan ahí. 

En el patio el limonero y los limones. 

Bajo el sol hasta que envejecen. 

Hasta que ya no son bonitos. 

Hasta que ya no parecen lo que eran. 

Y entonces caen. 


II. 

Cambian las ventanas. 

Rompen las paredes y las arrancan desde sus marcos. 

Ese mismo día colocan otras nuevas. 

Ventanas de hoja doble, o triple… o lo que sea. 

Con marcos nuevos, aparentemente más modernos. 

Veinte horas se demoran en instalar las ventanas. 

Mañana pondrán cortinas. 

Incluso conversan sobre la posibilidad de encargar otras nuevas. 

Unas que armonicen con los nuevos marcos. 

Suficientemente gruesas, comentan, para que no las traspase la luz. 

Para elegir, en definitiva, qué tan a oscuras desean estar, dependiendo del caso. 


III. 

Estamos ahí, como en una visita extraña. 

Permanecemos en el lugar, me refiero, dejando cada cosa en su sitio. 

No nos incumben esos cambios, aunque de cierta forma comprendemos. 

Comprendemos más, ciertamente, de lo que decimos. 

Salimos entonces de ese espacio con ventanas nuevas. 

Dejamos el limonero en el jardín, deseando lo mejor para sus frutos. 

Salimos del lugar, de una forma distinta a la que entramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales