jueves, 26 de noviembre de 2020

Kandinski soñaba que era un iceberg.



Kandinski cuenta en una entrevista que pasó varios años soñando que era un iceberg. 

Siempre el mismo sueño, más o menos, cada noche. 

Un iceberg que estaba junto a otros, en un sector frío y poco visitado de un océano. 

Sin mayores referencias para comprender su tamaño, Kandinski señalaba que solo podía compararse con otros cercanos, y que ni siquiera era consciente de su profundidad, o de su diseño. 

Intento traducir, por cierto, desde una extensa biografía publicada por Herder. 

Lamento si hay imprecisiones. 

Respecto a esos sueños, y a la forma en que los recuerda, me llama la atención particularmente una de las impresiones de Kandinski: 

Un iceberg no tiene, de esa forma, consciencia de sí mismo, decía. 

Decía esto, por cierto, para explicar que no supiera mucho de sí, dentro del sueño. 

Y que ni siquiera pudiese dibujarse, como iceberg, cuando así se lo pedían. 

Un iceberg no tiene, de esa forma, consciencia de sí mismo. 

Lo que me gusta de esa frase es que Kandinski no niega que tengan consciencia de sí mismos, sino que especifica que no la tienen “de esa forma”. 

Es decir, que no tienen consciencia de tamaño, peso, ni de ninguno de esos datos superfluos que, para nosotros, nos permiten reconocernos, entre los otros. 

Aún así, Kandinski señala que sabía perfectamente quien era, y estaba seguro de ser el mismo iceberg, en cada uno de sus sueños. 

Dejó de soñar esto, según cuenta, sin entender muy bien por qué razón. 

De hecho, solo se dio cuenta cuando comprendió que añoraba la sensación de ser un iceberg. 

Perdí la única consciencia de mí mismo, que pude alguna vez sentir como verdadera, señala, en una carta que escribió abordando el tema. 

No se dice más, en el libro, a este respecto.

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