No pensaba compartir este texto, porque era un
discurso personal que me tocó dar este año, para la graduación de un curso de 4º
medio, del cual fui profesor jefe. Fue un texto que decidí escribir un par de
horas antes de tener que leerlo, para ser más honesto y evitar correcciones.
Sale raro escrito, porque creo que la “magia” fue
poder decírselos frente a frente, incluso cambiando algunas pequeñas frases. Aquí
va, de todas formas.
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Estimado rector, don XXX, Estimadas directoras de Estudio: XX, XX y XX.
Estimados profesores y personal administrativo. Estimados padres y apoderados.
Queridos alumnos.
Al final de este discurso les diré que los quiero y que les deseo una
vida hermosa.
Antes de eso, sin embargo, me gustaría explicarles de qué significados
y sensaciones están rellenas estas
palabras.
Para esto, les voy a pedir por una última vez –porque ahora sí es de
verdad la última vez-, les voy a pedir, decía, una gran atención. Pero no una
atención común, sino una atención que, para que funcione, tiene que estar hecha
de afecto. Esa atención les pido. Esa atención les exijo.
I parte. Consérvate bueno.
Hace unos días les citaba una frase durante la despedida que les
prepararon en párvulos. Se trataba de una frase que siempre me ha conmovido,
pero que no quería usar nuevamente con ustedes pues ya la había empleado con un
cuarto medio, hace un par de años. Esa frase era “consérvate bueno”. Les
contaba esa vez que esa frase era dicha como despedida en sus cartas por
Séneca… y que bueno, para mí esa frase resumía una actitud valiosa, que debemos
tener todos… No porque sí. No porque sea bueno, ser bueno, a priori, sino
porque uno es responsable, aunque no quiera, de conservarse bueno. Es
responsable mientras exista alguien que espere eso de ti y crea, por cierto,
que ustedes son capaces de hacerlo.
Y bueno… están acá sus padres, y estamos también nosotros para
decirles que ustedes pueden y deben conservarse buenos.
De eso, y no de otra cosa, me gustaría que fueran responsables. Y
claro, yo también establezco un compromiso.
II parte. Es imposible no querernos.
Hace seis años entré a este colegio para trabajar junto a dos cursos.
Cuando contaba que era el 7º A y el 7º B algunos se reían, mientras me deseaban
suerte. Comprendí todo cuando entré a una de las salas y alcancé a ver dos
alumnos saliendo desde el interior de los casilleros donde guardaban sus cosas.
Pequeños casilleros.
Han pasado seis años desde entonces y, salvo un año, hemos estado
juntos siempre. Siete horas semanales hasta segundo medio. Ocho en tercero y
cuarto. Tres más los humanistas. Una más de jefatura. 15 minutos extra cada día
en asamblea… ¡y más encima, a veces, en los recreos!
¿Saben a qué conclusión he llegado…? Es imposible no querernos. A
algunos los he visto más que sus padres… Y todo ese tiempo… todo ese tiempo
frente a frente… ¡Cuántas veces habrá latido el corazón de cada uno de nosotros
mientras estábamos frente a frente…! Es imposible no querernos.
Cumplimos ese rito necesario para que el afecto surgiera. Y es más,
estoy seguro que si miran a su lado, o ven la imagen del curso… es imposible
que no se quieran entre ustedes. Ni siquiera con el que creímos que éramos
distante… ni siquiera con el que sentíamos que nos caía mal… o aquel que en
alguna oportunidad pudimos, queriéndolo o no, hacer daño. Estoy seguro que si
miran el uno en el otro, es imposible que no se quieran. O que no se rían
recordando alguna situación… Es imposible que en el fondo, no se quieran.
No finjan que no saben eso. No se nieguen la oportunidad de un último
abrazo.
No le quiten valor a todo ese tiempo que estuvimos juntos.
III parte. Una vida hermosa.
A riesgo de parecer bipolar, me gustaría ahora contradecir y superar
la frase de la que hablaba en un inicio. “Consérvate bueno”, me refiero.
Y es que mientras escribía estas palabras, le he dado vueltas a esta
idea y me he dado cuenta que las dos palabras de esta frase me son
incompatibles.
¿Y es que saben? Ser buenos es una acción. No es algo hecho para
conservarse así como esas latas, al interior de una bodega. Ser buenos no puede
ser un acto tibio.
Y eso, en definitiva, es una materia que nos quedó pendiente.
Niños, ser buenos no es no ser malo. Ser bueno no es solo alejarse del
daño o las incorrecciones. Ser buenos es ir más allá de eso. Intentar una y
otra vez. Dar más. Entregar eso que a veces parece no ser necesario. Dar eso
que a veces sentimos nos va a dejar en desventaja. Ser buenos es justamente
eso: dar más de lo que nos piden. Y darlo por afecto. No como una transacción.
No por una nota. No para responder simplemente o como parte de un trato. Ser
buenos es otra cosa. Y esa bondad, en definitiva, es mi verdadera exigencia.
Ustedes sabrán si la cumplen, pero es, si me preguntan, lo que realmente me
haría feliz, desde ustedes.
Ir hacia aquel con quien nos equivocamos o hacia quien se equivocó con
nosotros. Abrazar cuando te dan la mano. Perdonar dando una sonrisa. Amar y
volver a intentar. Regalar aquello que realmente valoramos. Arriesgarte ante el
otro. Eso es realmente ser bueno.
Creo que les conté que una vez aposté todo por un caballo que se
llamaba Humanidad. Parece metáfora, pero es cierto. Fue la única vez que fui a
un hipódromo y aposté todo lo que llevaba. Perdí, es cierto. No voy a adornar
esa historia. Pero el corazón late distinto cuando apuestas todo por algo que se
llama humanidad.
Ser padres, ser profesor… estar vivo, simplemente, también debiese ser
siempre una apuesta por esa humanidad.
Nuestra responsabilidad, sin embargo, es hacer que esta humanidad sí
gane. Y el premio sea entonces para todos.
¿Se acuerdan que al inicio les dije que este discurso iba a terminar
diciéndoles que los quiero y que les deseo una vida hermosa?
Bueno, pues ahora es el momento:
Los quiero mucho, niños. Y les deseo una vida hermosa.
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