miércoles, 24 de diciembre de 2014

No decir.


Dibujas una mano sobre la boca.

Transformas las palabras en sonidos ininteligibles.

Sonríes para no decir.

Llevas tiempo ejercitando esa rutina.

Pasas por los diarios.

Pasas por la tv.

Y pasas incluso junto a los que hacen filas en el centro comercial.

Entonces, dibujas otra mano sujetando la mano que está sobre la boca.

Las palabras comienzan a rearmarse.

Y haces un último esfuerzo para sobrevivir a esa situación.

Tal vez lo logras.

Tal vez, en silencio, lo logras.

El problema es, sin embargo, que vuelven las imágenes y ya no hay nuevas manos para dibujar sobre la boca.

Pasas por los diarios.

Pasas por la tv.

Y pasas incluso junto a una serie de avisos aleatorios que se suceden en tu computador.

Estas son fechas de fiesta, te dices.

¿Para qué decir ahora…?

¿Para qué ahora que hasta las iglesias están llenas…?

Y claro, aguantas un par de días más.

Y es que no sé si recuerdas, pero un día hablamos de acumular rabia.

Hablamos de no gastarnos la energía en revoluciones pequeñas.

Pues bien… creo que el día ese en que el no decir se hará imposible, está llegando.

Y es que pasas por los diarios.

Pasas por la tv.

¡Pasas incluso por el corazón de cada uno de los otros...!

Y el no decir es cada día más pesado y amargo e imposible…

Sobre todo imposible…

Todo está podrido, grita entonces una vieja en medio de la ciudad.

Hoy ha nacido un niño muerto.

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