viernes, 5 de diciembre de 2014

Impresión.


A veces voy a tomar una cerveza en una especie de bar clandestino donde se juntan varios viejos. No suelen contar mucho de sí mismos, solo comentan algunas situaciones, juegan brisca y dominó, y a veces miran una televisión vieja que está en una esquina del lugar. Si bien no me siento muy aceptado entre ellos, me gusta estar ahí. Podría decirse que me tranquiliza, incluso. De vez en cuando falta alguien y juego con ellos o simplemente cruzamos algunas frases. Por lo general hablan de política. Supongo que llevan décadas haciéndolo. Son conversaciones triviales, pero que poco a poco comienzan a ganar intensidad, hasta terminar en fuertes discusiones. Dichas discusiones, sin embargo, suelen llegar a un punto común que puede resumirse en la misma frase: No vamos hacia ningún sitio. Así, por lo general, es en el momento en que llega esa frase que se calman de inmediato y parecen entrar en un modo de ahorro de energía. Entonces guardan las cartas y el dominó y hasta se olvidan de la televisión que sigue encendida, en el mismo rincón. No nos quieren llevar a ningún sitio, dice entonces un viejo, transformando la frase, y pasan así a compartir los últimos y breves comentarios. Y claro, ese es siempre el momento que yo escojo para pagar mi cuenta y retirarme del lugar. A veces me da la impresión que apenas salgo todo se anima y comienzan los verdadero comentarios.

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