lunes, 8 de diciembre de 2014

Cosas que pasan.



No me vengas a decir
que nunca te ha pasado.

Son acciones sencillas.

Torpes, si se quiere.

Nada más.

¿Acaso no sueles olvidar
tus palabras anteriores…?

Estoy seguro
que debes de hacer eso.

Yo lo encuentro, por supuesto,
de lo más normal.

Así, ocurre que de pronto,
no son solo las palabras,
sino toda una serie de acciones
que ocurren de improviso
y sin maldad.

Todo pasa de esa forma.

O dejas las llaves
al interior del departamento.

O conviertes un golazo
en el arco equivocado.

O invitas a bailar
a la niña con muletas.

¡No me digas que no puede pasar…!

O le echas sal
a la leche de tu hijo.

O pones el despertador
en un día festivo.

O pierdes el comprobante
de una apuesta ganadora.

¡A quién no le ha pasado…!

O te sientas en el banco
recién pintado.

O le preguntas por su embarazo
a una mujer gorda.

O estacionas el auto
sobre el perro del vecino.

¡Apenas pequeños accidentes…!

O le mandas saludos
al esposo de la viuda.

O le regalas chocolate
al niño que es alérgico.

O coqueteas sin saberlo
con el travesti de la esquina.

¡Quién va a andar pendiente de detalles…!

O escupes hacia el cielo
y te quedas en tu sitio.

O le rezas por las noches
a un dios que no contesta.

O dejas flores
en la tumba equivocada.

¡Nadie se fija en esas minucias…!

Así sencillamente,
mejor es acordarse que esas cosas pasan.

Restarle importancia a todo aquello pasajero
y confiar en que el corazón,
a fin de cuentas,,
no se encuentre 
en el sitio equivocado.

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