¿Están seguros que van a morir?
Se los pregunto porque justo hoy escuchaba a
alguien afirmar que esa era nuestra única certeza.
Ocurrió en una conferencia y fue prácticamente la
frase inicial de aquel tipo que pretendía desarrollar un tema x que no viene al
caso.
“Nuestra única certeza es la muerte”, nos dijo.
Y claro, como el hombre me cayó mal y además yo no
estaba hilando muy bien porque andaba con resaca, se me ocurrió contradecirlo y
molestar un poco.
“La muerte es cualquier cosa menos una certeza”, le
dije.
“La muerte es un acto de fe”.
Entonces el asunto se desordenó un poco y todos
parecían estar molestos conmigo porque para ellos la muerte era algo evidente y
además me preguntaban para qué querríamos tener fe en una situación como esa.
Yo intenté aclararles entonces que no los estaba
cuestionando. Incluso admití que hacían bien en pensar que iban a morir. Que
hacían bien en creerlo una certeza, me refiero. Y es que si no lo creyeran así
no podrían soportar la vida que llevan, creo que dije. Y volvieron a ofenderse.
¡Es increíble lo rápido que se ofende la gente!
Para arreglar la situación volví sobre mis palabras
y les dije que si no estuvieran firmemente afirmados en esa certeza la vida
perdería sentido… o sea, perdería el fin… y eso es lo que les da sentido.
El tipo hizo silencio entonces y comenzó a hablar
nuevamente enredando mis argumentos y señalando que el fin, como final, no es
parte del sentido. Que si fuese así ni siquiera amaríamos o nos esforzaríamos
por vivir las cosas que están condenadas a un final…
Entonces yo lo interrumpí le pregunté: ¿por qué
cree que amamos a un ser que va a morir?
Y el hombre no me respondió.
Yo le repetí la pregunta, con voz segura, como si
supiese la respuesta.
Nuevo silencio.
Por suerte se me ocurrió comparar la situación
aquella (la de amar a alguien que va a morir) con la misma razón que nos lleva
a rodearnos de cosas que puedan quemarse.
“Nos rodeamos de cosas que pueden quemarse”, les
dije.
“Y el que puedan quemarse también es un acto de fe”.
“Un acto de fe que nos llevaría a una aparente carencia
absoluta, pero también a una libertad absoluta…”.
“A un nuevo nacimiento”, creo que les dije.
Se me acercaron entonces unos hombres que me
pidieron que abandonara aquel lugar.
Uno incluso me tomó del brazo y me dijo que no
molestara, que una conferencia para explicar las condiciones de venta de
sepulcros no era un lugar para hacer el ridículo de esa manera.
Luego llegó un tercer hombre.
Yo miré al auditorio y pensé en una salida honrosa.
“Esperen”, les dije.
“Díganme que tengo razón y me voy”.
Ellos seguían mirando, silenciosos.
Unos treinta segundos después una abuelita que
estaba a un costado me miró y me dijo que yo tenía razón.
Así, triunfante, me fui de aquel lugar.
Muy buena salida, en más de un sentido.
ResponderEliminarjeje la retirada forzosa pero con la frente en alto nos da un poco de dignidad, al menos.
ResponderEliminarjugada la abuelita, en una de esas con la aprobación y la dádiva de razón, de frentón te quedabas
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