La tumba de Bruce Wayne está junto a la tumba de
sus padres. Su fecha de nacimiento es incuestionable, pero la fecha de muerte
solo yo la sé: el mismo día en que nació Batman.
Yo doy fe de aquello.
Vi morir al amo Bruce en cuanto se puso la máscara.
Podría decirse incluso que su nuevo traje se volvió su mortaja.
Supongo que eso sucede siempre con nuestro último
traje.
Y es que el último traje es siempre aquel que te
oculta por completo. El que te tapa los poros. El que bloquea tu respiración.
El que te borra la memoria hasta que olvidas quién eres.
Eso me gustaría decirle al amo Bruce.
Eso y otras cosas, por supuesto.
Pero claro… el amo Bruce está muerto.
Así, día a día alimento al cuerpo del amo Bruce,
pero todo es una farsa.
Separo con fuerza sus mandíbulas y arrojo unos
cuántos alimentos dentro, nada más.
También a veces le traigo el diario y enciendo la
televisión.
Esa es prácticamente toda nuestra rutina.
A mí me parece una buena farsa.
Lo único incómodo es sacarlo y meterlo a la tumba al
inicio y final de la jornada.
Ya no estoy en edad de hacer eso.
Por eso, de vez en cuando, me siento simplemente
junto a la tumba y le hablo sobre cosas de la casa.
Consulto sobre aspectos del jardín, comento algunas
reparaciones… cosas por el estilo.
Así es como ocurre, hoy en día.
Batman, en tanto, viene de vez en cuando y
desprende un olor putrefacto.
Y es que no sabe que lleva un muerto, bajo el
traje.
Además, se ha vuelto famoso y todos le temen, en la
ciudad.
A mí, en cambio, solo me provoca lástima su
situación.
Su actitud seria. Su ausencia de palabras. Su
obsesión por arrastrar un cuerpo muerto, me refiero.
Y es que todo parece abandonado en él, igual que en
la mansión, cada vez más vacía.
Hoy mismo, por ejemplo, murió el último perro que había
sido mascota del amo Bruce.
Se había echado a morir, cerca de las tumbas,
justamente.
Y claro, no es correcto de un mayordomo, pero me
tendí junta él.
Por último, junté fuerzas, y cavé dos hoyos.
El perro tuvo pequeñas convulsiones, antes de
morir.
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