“Noboru Wataya
¿Dónde estás?
¿Es que el pájaro-que-da-cuerda
no te ha dado cuerda?”
H. M.
De fondo se escucha una canción sencilla.
Unas notas en piano, quizá.
El sol da sobre las montañas que volverán, sin embargo, a tener nieve.
El día parece una prenda dejada en un sitio que no corresponde.
El ventilador está encendido.
Y un hombre busca un gato.
No hay apuro en la búsqueda pues de alguna forma los gatos siempre
están en su sitio.
Podría decirse, incluso, que ser gato es estar siempre en tu sitio.
Ellos no se extravían.
Caen de pie y saben siempre donde van.
Eres tú el que se pierde si te encuentras buscando un gato.
Tú eres el que te alejaste de algún sitio.
Puedes saberlo o no saberlo, por supuesto, pero eso es lo que sucede.
Vuelves a salir a la calle.
En una casa, cerca de aquí, suena un teléfono.
Nadie contesta esa llamada.
El gato no se ve por ningún sitio.
Una brisa leve se siente mientras se pone el sol.
Te mueves un poco para recibir la brisa que parece no llegar en el
lugar correcto.
Todo es como esas fotos levemente desenfocadas.
Agradables y armónicas, pero levemente desenfocadas.
Vuelves entonces a escuchar una canción sencilla.
Unas notas en piano, quizá.
Si el gato perdido fuese una sensación tampoco la dejarías irse.
He sentido la brisa y escuchado la música y el teléfono. Y casi pude encontrar al gato...
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