viernes, 27 de diciembre de 2024

Volcanes apagados.


Vives en una tierra llena de volcanes apagados.

No es una cuestión que te determine, por supuesto, pero algo ha de significar.

Tampoco es que te obsesione hablar de aquello ni que busques una y otra vez volver al tema, pero admitamos al menos que eres consciente de ese hecho.

Y por lo mismo, es algo que -aunque lo intentes-, no puedes dejar pasar.

A veces piensas, por ejemplo, que llegaste tarde para ver vivos los volcanes.

O no para verlos, exactamente, pero de todas formas llegaste a destiempo y el lugar que habitas te parece entonces más muerto que dormido. Y eso te entristece.

Otras veces, en cambio, el asunto de los volcanes apagados es algo que te mantiene en alerta.

Como si el apagarse fuese un estado pasajero; una pausa en la que existes, casualmente, y que no está destinada a durar.

Extrañamente, esto no provoca en ti una mala sensación, sino más bien una pequeña alegría.

Y es algo cercano a la esperanza lo que nace cuando vislumbras en tu mente los volcanes encendidos, antes y después de ti.

No importa entonces que la tierra parezca muerta y apagada.

Solo es apariencia, te dices.

Y dejas de significar.

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