-Prefiero la carne de jabalí a la de cerdo -me dijo-. La siento más intensa, con más gusto a sangre, más oscura… como si todavía retuviese un poco al animal dentro y no lo hubiese dejado ir, simplemente, como la carne de cerdo.
-Ya -dije yo, mientras intentaba entender.
-Me refiero a que la carne de cerdo la siento más como un subproducto -explicó-, parece ajena al cerdo al cual perteneció antes de llegar al plato… Unos cuantos gritos, es cierto, pero finalmente el cerdo abandonó su carne para que la separaran de la sangre y la sirvieran en un plato…
-¿Dices que el cerdo renuncia a su carne? -pregunté.
-Más o menos eso -señaló-. No exactamente, pero sí… Sale de su carne como quien se quita una ropa. Sangra a chorros, convulsiona un poco, pero ya está fuera cuando cesan los gritos… No sé si me entiendes… Es como si el verdadero cerdo se despeñara desde un barranco y la carne quedase arriba… el cuerpo todo, digamos, pero el cerdo ya no.
-¿Cómo los cerdos endemoniados de la biblia? -dije ahora.
-Más o menos, aunque probablemente sea injusto decir que ellos se arrojan solos o se despojan por su cuenta… -dijo, como si pensase en voz alta-. De todas formas el punto aquí es que el jabalí no se desprende de su carne… y hasta su sangre se aferra un poco. O sea, uno come jabalí, digamos, no carne de jabalí… en cambio comes carnes de cerdo y nunca cerdo…
-Ya -dije yo.
Entonces trajeron los platos.
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