jueves, 5 de diciembre de 2024

No suena la lengua que uno habla.


I.

No suena la lengua que uno habla.

Deja de ser sonido, quiero decir, cuando ya es tuya.

La manera en que esto ocurre es muy simple, por lo demás:

La naturaleza del signo anula cualquier otra forma en que esa lengua se manifiesta ante nosotros.

Ante nosotros que somos los hablantes de esa lengua, aclaro.

Así, solo volvemos a reconocer su sonido -o sus otras características-, cuando abandonamos su significado y renegamos de ella como conjunto de signos.

Esto, solo si se puede, por supuesto.


II.

Sobrevaloramos el significado, podría decir.

No es que niegue su valor, pero el problema está en la dimensión con que lo percibimos.

Después de todo, el mundo no cambia tanto si de pronto lo desconociéramos.

Si desconociéramos su significado, aclaro, no el mundo.

De hecho, estoy seguro que sobreviviríamos sin problemas en él.

Incluso sentiríamos de una forma similar a la actual, sino incluso más rica.

Y otros sonidos vendrían a nosotros, entonces, y tendrían dónde llegar.

Otros latidos, incluso.


III.

Piensen en los niños, por ejemplo.

Piensen en los balbuceos de un niño jugando a hablar con los adultos.

¿Está acaso jugando a hablar?

Me refiero a que no se le ocurre -estoy seguro-, que no puedan entenderlo.

Y es que, para él, si suena la lengua que nosotros hablamos.

¡Bienaventurado sea!

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