lunes, 2 de diciembre de 2024

Aunque no haya dientes hay encías.


I.

Aunque no haya dientes hay encías.

Antes y después del diente, las hay.

Pero confiamos demasiado en el diente, simplemente por ser diente.

Pero entonces el tiempo, por supuesto.

Pero entonces el tiempo, decía.

Y ya ves.


II.

Todo en mí son encías.

Y orgulloso estoy de mí, de que así sea.

Quien observa no sabe, pero yo sí sé.

¿De qué forma sé?

Sé de la forma en que saben las encías.

No son muñones, por cierto, aunque lo parezcan.

No lo son.


III.

Corazón encía.

Sí… un corazón encía que late dentro de otra encía.

Así lo ves: se trasluce el hueso, tras la carne.

Y con eso, ciertamente, observamos lo que no es.

Nos fijamos, más bien, en eso.

Adoramos al dios equivocado.

Jugamos a ponerle un nombre.

Y atendemos erróneamente el llamado de nadie.


IV.

¿Qué hice entonces yo para evitar aquello?

Sencillo: tomé el camino más corto y arranqué mis propios dientes.

Todos y cada uno los arranqué.

Y claro, poco a poco me fui volviendo encía.

Que la carne cubra al hueso, me dije.

Pero no quisieron escuchar.

Lo que prefieren es andar con la muerte afuera.

¡Aunque no haya dientes hay encías!, les grité.

Pero entonces el tiempo.

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