I.
Escuchamos voces de niños a lo lejos.
No entendemos bien qué dicen, pero parecen organizar un juego.
O sea, no es que parezca eso, exactamente, pero es lo que imaginamos, al oírlos.
Tras hablarlo, llegamos a la conclusión que es un juego en el que, incluso, podemos participar.
¡Pobres niños!, nos decimos, mientras buscamos las herramientas.
¡Pobres niños…!, repetimos.
Y es que ellos, a fin de cuentas, aún no saben de nosotros.
II.
Antes de seguir me gustaría aclarar un punto:
Es posible que nos equivoquemos, y realmente no sean niños.
En este sentido, puede que ellos tengan todavía alguna oportunidad.
Todos nosotros la tuvimos, de hecho, cuando fuimos niños.
Por lo tanto, se trata de algo justo.
No tiene por qué serlo, es cierto, pero esta vez es así.
Dicho esto, solo queda una cosa por agregar:
Qué comience el juego.
III.
¡Pobres niños…!
A veces lo olvidamos cuando jugamos con ellos, pero es cierto.
Tan frágiles, después de todo.
Y sobre todo tan ingenuos.
Igualmente no aceptan fácilmente lo que les contamos, y alegan contra nuestros métodos.
¿Métodos…?
El problema no es el método, les decimos, pero no saben entender.
Y eso, lo admito, resulta molesto.
Y es que, si lo piensan, ellos no tendrían por qué quejarse.
Casi nunca se gana, les decimos, antes de acabar.
No sé quién les habrá prometido, un final feliz.
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