jueves, 19 de diciembre de 2024

Prendemos el fuego y luego lo apagamos.



Prendemos el fuego y luego lo apagamos. Eso es lo que hacemos. Tanto lo hacemos, de hecho, que a veces pienso que prendemos el fuego solo para apagarlo. De vez en cuando, por supuesto, hay alguien que lo enciende y no lo apaga. Voluntariamente, me refiero. Entonces, el fuego queda encendido, aunque olvidado. A veces no pasa nada con esto, pero de vez en cuando el fuego crece y después se descontrola. Y es entonces cuando alguien (no necesariamente aquel que voluntariamente no apagó el fuego) contempla lo que ocurre y se atreve a pensar que, probablemente, el fuego sea lo correcto. No en sí mismo, en todo caso, ni tampoco por lo que destruye o abrasa, sino porque apagarlo es, de cierta forma, un simple aplazamiento. Muchos lo sospechan, ciertamente, pero temen decirlo en voz alta pues pensarlo incluso genera una inquietud que no parece sana. Y esa inquietud, aunque tenga voz, quema un poco, también, y nos espanta. La escuchamos, entonces, pero no comprendemos lo que dice. Aunque queramos entenderlo no lo hacemos. Así, a fin de cuentas, volvemos otra vez a encender y apagar el fuego. Eso es lo que hacemos y es triste, de cierta forma, pues las sospechas que surgieron terminarán finalmente por ser ciertas. Y alguien reirá entonces y dirá que es tarde. Que es tarde, sin duda, pero que ya no importa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales