sábado, 21 de diciembre de 2024

En una fábrica de pelucas.


Me quedé a dormir, en Lisboa, en una fábrica de pelucas.

Era la segunda vez que iba y me hice amigo de un grupo, que solía reunirse en la bodega del lugar.

La madre de uno de ellos trabajaba en la fábrica y él le robaba las llaves.

Era una fábrica pequeña, por cierto, y la bodega estaba prácticamente vacía.

Apenas unas cajas apiladas, aparentemente hacía meses.

Estaban a un costado, algo lejos de la mesa y las sillas en las que nos habíamos sentado, para hablar.

Esas son devoluciones, me explicaron.

Artículos dañados, mayormente.

O aquellas que no cumplían con las normas de calidad.

Como una de las cajas estaba abierta nos atrevimos a mirar algunas.

La mayoría eran cabelleras largas, de mujer.

El pelo en ellas se notaba seco, pero suave.

Todas son de pelo natural dijo alguien, entonces. Por eso se conservan de esa forma.

A veces iba gente a vender su propio cabello, explicaron, pero se decía que también algunas se obtenían de una forma más oscura.

Ninguno de ellos, por cierto, explicó a qué se referían con eso.

De hecho, cambiaron el tono en el que hablaban, cuando tocaron aquel tema.

Por otro lado yo, que había decidido dormir sobre ellas, tampoco quise preguntar.

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