I.
Cuesta poco ser amable, es cierto.
Pero ser uno mismo, igualmente, es siempre más barato.
Ya está pagado, digamos, desde antes de nacer.
II.
Ella, por ejemplo, robaba cosas cada jueves.
Igual que lo hacía un personaje de la Gorodischer.
Luego dejaba las cosas abandonadas, simplemente, pues no quería nada para sí.
Lo hizo así durante años, salvo los jueves santos.
Ni ella misma entendía por qué.
III.
Nazco y muero mientras parpadeo, me dijo.
Y la única forma de no morir es arrancándose los párpados.
¿Estás segura?, le pregunté.
Ella parpadeó.
Mi yo de antes lo estaba, dijo.
IV.
La pantalla se llena de luz y eso es triste.
Es triste porque esa luz, en el fondo, existe para nada y poco significa.
Uno debiese tratar con más cuidado, a la luz.
Cosas así, decía.
V.
Le creí todo hasta que se casó con un tipo cualquiera.
O sea, no uno cualquiera, realmente, pero solo un poco mejor que la mayoría.
Sobre el promedio, digamos, pero opaco al fin.
¿Les doy un ejemplo?
Ni siquiera había leído a la Gorodischer.
VI.
Cuesta poco ser amable, es cierto.
Pero cada vez me cuesta más.
Eso fue lo que le dije, la última vez que nos vimos.
Pestañee varias veces, esa vez, cuando no me vio.
No quise despedirme.
Y morí un poquito.
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