I.
A mí por lo menos me asustaba ese país, me dijo. La gente, más que nada. No sé si has estado en uno similar, pero a mí al menos ese lugar me sorprendió. Podías andar horas por las calles y prácticamente no se veía a nadie hablar, y todos andaban de pijama. O sea, no sé si eran pijamas, exactamente, pero así me lo pareció a mí. Pijamas oscuros, más encima. O grises. Yo creo que todos debían tener el mismo sueño, vestidos de esa forma. Uniformados y lentos, diría incluso. Lo más vivo que encontrabas era un gato o un perro en alguna vereda o en un lugar solitario. Podías llamarlos al menos y reaccionaban, de cierta forma. Yo me fotografié con varios, de hecho. Son las únicas fotos que tengo de mi visita a aquel lugar.
II.
Me entrega las fotos. Son seis. Me explica que el ángulo de algunas es extraño porque debió apoyar la cámara en algún sitio y poner temporizador. Solo una de ellas, por lo mismo, está bien centrada. En esa foto ella está agachada junto a un gato, que mira también hacia la cámara. Tras ellos se ven unos cuantos escalones que sirven de entrada a un lugar que ella no recuerda. O al menos, eso es lo que me cuenta, cuando le pregunto.
III.
Al final estuve solo tres días, señala. Visité un pequeño castillo, una iglesia y el resto fue solo deambular por las calles. En resumen, no le recomiendo a nadie que vaya allá y menos sola. Es un lugar que no te cambia. Que no te aporta. Parece recordártelo incluso cuando lo abandonas o cuando te acuerdas de él, como ahora. No sé por qué mierda quieres ir tú, concluyó.
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