I.
Brillan extraños, los ojos.
Azules a veces y volcados hacia arriba.
Buscando algo, pareciera, aunque no sabemos qué.
Pequeños y brillantes como lagos pequeños y brillantes.
Uno como el otro y aunque extraños y distintos, siempre son tú.
Nada ajeno los distrae.
Cuando me ven, si hay suerte, sonríen.
II.
No saben tus ojos, lo que ven.
No distinguen, me refiero, las luces de las sombras.
Y está bien.
Existen de esa forma y se renuevan cada día.
Se cansan, es cierto, pero todos nos cansamos.
Tú descansas en ellos, sin embargo.
Ellos te sostienen entonces porque te saben pequeña.
No frágil, pero sí pequeña.
Si fueran bocas, tus ojos cantarían, pero no lo son.
Y de todas formas cantan.
III.
Brillan extraños, tus ojos.
Azules a veces y volteados hacia arriba.
No sé qué buscan, pero perece que eso hacen, en la altura.
No sé tampoco si reciben o dan luz.
Brillan sí, decía, como lagos pequeños y brillantes.
No conozco, por cierto, el fondo de esos lagos.
Uno como el otro y ambos llenos de agua fresca, que eres tú.
Otros creen que cambian de color, pero yo he visto el verdadero.
Así, simplemente, brillan tus ojos.
Así viven.
Manchados por las sombras de los pájaros.
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