miércoles, 11 de diciembre de 2024

Aunque pensándolo bien...


(…) Aunque pensándolo bien, quizá lo sorprendente no sea aquello que nos sorprendió esa vez. O sea, observándolo ahora, me refiero, probablemente aquello no nos sorprendería en lo absoluto. Digo esto considerando incluso que aquello no nos hubiese sorprendido -ni ocurrido-, aquella vez, y desechando entonces la idea que ahora no nos sorprendiese por ya habernos sorprendido previamente y haber perdido, por consiguiente, su sorpresa. El porqué de todo esto, por tanto, debiésemos buscarlo fuera del fenómeno concreto que nos sorprendió (intrascendente, por lo demás) y enfocarnos más bien en nosotros mismos, y a lo sumo, en el contexto en que tanto el fenómeno concreto que nos sorprendió como nuestra propia existencia (que no necesariamente nos sorprende) ocurren, más o menos al unísono. Estoy consciente, por cierto, que a varios de ustedes mi propuesta no los convencerá en lo absoluto, y pensarán que simplemente estoy diciendo estupideces o enredando algo que no necesitaba (según la mayoría de ustedes) complicarse; además, sin presentarles objetivo alguno. A todos los que piensen así, claro esto, les digo desde ya que sus aprensiones me valen mierda (a lo sumo), y que no me sorprenden (claro está) en lo absoluto. En este sentido, solo les recuerdo que si siguen buscando en la susodicha sorpresa el fundamento para validar su propia existencia y quebrar -por decirlo así-, el status quo, el engaño resultará tan mayúsculo como lo será (en algún momento) el propio desengaño. Aunque claro, eso no debiese sorprenderlos, tampoco. ¡Qué mierda!

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