martes, 5 de septiembre de 2023

Preguntan.


Me preguntan si tengo miedo a la muerte y digo que no. Rápidamente contesto, para no pensar. Para no saber si miento diciendo una u otra cosa. Sí, para eso contesto rápido. Para eso y para no demorarme en la palabra miedo que nunca he sabido bien qué significa. Tampoco, por cierto, me interesa saberlo.

Contesto rápido, decía, y de paso bromeo. Digo alguna cosa que no recuerdo y otra que sí. Tal vez si preguntasen en serio respondería de otra forma, pero en el fondo sé que ellos tampoco desean realmente una respuesta diferente. Ni honestidad ni profundidad, solo rapidez. Eso es lo que quieren. Y eso les doy, por supuesto.

Ocurre como con el chiste del concurso en que presentan al matemático más rápido. Lo han traído del extranjero y es presentado entre grandes loas y aplausos. Luego comienzan a hacerle preguntas de cálculos complejos y él las responde de inmediato. Mal, ciertamente, pero de inmediato. Soy el más veloz, no necesariamente el más certero, dice el matemático. No es del todo un mal chiste.

Lo que recuerdo que les digo cuando me preguntan por el miedo a la muerte es prácticamente una estupidez. Les digo que yo siempre quedo vivo, al final, porque soy el que cuento la historia. Igual que el fotógrafo de la masacre que se pasea entre los muertos. Témanme ustedes a mí, les digo, que luego podré contar todo aquello que no hicieron por andar perdiendo el tiempo. Por dedicarse a hacer preguntas hueonas, por ejemplo, en vez de comenzar a vivir de forma honesta, de una vez por todas.

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