viernes, 22 de septiembre de 2023

Desde la ventana saltó el gato.


Desde la ventana saltó el gato.

Saltó, pero no cayó.

Ella está segura pues corrió a verlo apenas lo vio saltar y fue entonces que soltó un grito.

Yo escuché el grito, por cierto, y de inmediato me levanté a verla.

Ella estaba asomada por la ventana, gritando aún, nerviosa.

Sorprendido, me acerqué y le pregunté qué pasaba.

Fue entonces que ella me contó que el gato había saltado.

Según me dijo, el gato estaba en el borde de la ventana, observándola, y de pronto saltó.

Fue como un desafío, dice ella.

Luego explica:

El gato me miró como diciendo algo que no entendí,
y como no entendí, entonces se lanzó sin más.

No te culpes, le digo.

Si fuese por no entendernos todo el mundo acabaría lanzándose.

Ella, sin embargo, no atiende mis palabras.

Son doce pisos hasta abajo, dice en cambio, como hablando sola.

Pero apenas saltó fui a la ventana y no vi nada.

No parece haber caído.

Sigue así durante un rato, hasta que me pide que la acompañe a ver.

Bajemos y veamos qué ocurrió, me dice.

El gato no puede simplemente haber desaparecido.

Yo, por supuesto, la acompaño.

Como no sé bien qué decirle me mantengo a su lado, en silencio.

Bajamos por el ascensor y tras hacer algunas preguntas buscamos marcas,
justo debajo de la ventana desde donde ella dice saltó el gato.

No encontramos nada, por supuesto.

Ya de regreso, más calmados, intento poco a poco hacerla entrar en razón.

Y es que no tenemos gato, a todo esto.

Únicamente un par de plantas, que apenas sobreviven, en la cocina.


Cuando ella duerme, horas después, bajo a hablar con el conserje.

Sé que ha recibido quejas, le digo, a modo de saludo.

Nuevas quejas, dice él.

Lo lamento, señalo, pero ella tiene necesidad del grito.

Él se limita a mirar, en silencio, pero yo insisto en explicar:

Sé que no es excusa, agrego, pero en el fondo ella grita por todos.

Por los gatos que saltan y por los que no… y por todos los demás que ahogamos el grito.

Firme aquí, dice el hombre, secamente, entregándome el libro de observaciones.

En el apunte, se nos invita además a una nueva reunión, en el consejo extraordinario de vecinos.

Yo lo firmo, por supuesto.


Cuando vuelvo a subir, minutos después, descubro que ella ya no está.

Probablemente nos cruzamos sin vernos, cuando yo subía.

Tampoco regresa esa noche ni al día siguiente.

Su celular está apagado o sin señal.


Días después, sorpresivamente, viene su hermana a buscar sus cosas.

Me dice que ella está mejor y que viajarán juntas unos meses, al extranjero.

Le hará bien desconectarse de todo, me dice.

Por último, me entrega una carta, que no leo.


Han pasado diez años, por cierto, desde entonces.

Sé que suena lejano decir diez años, pero puedo asegurarles que no es así.

De hecho, iba a escribir "apenas han pasado diez años...", pero luego desistí.

Si el gato saltó esa vez, pienso ahora, sé que todavía no ha caído.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales