domingo, 3 de septiembre de 2023

Por ejemplo, una bolsita con sal.


Andaba con una bolsita con sal. Bien cerrada, por cierto. La llevaba siempre en un bolsillo y la sacaba cada vez que compraba algo para comer. Bueno, casi siempre en realidad. Y es que, por supuesto, no la sacaba cuando compraba cosas dulces. Para el resto de las cosas sí. Daba lo mismo qué fuera. Desde la bolsita de algún snack hasta cualquier tipo de sándwich preparado. Nunca vi que entrara a un restaurant, pero supongo que ahí también habría hecho lo mismo. Sacaba su bolsita, la desdoblaba (la tenia doblada y sujeta con un elástico para que no cayese el contenido) y con la punta de sus dedos tomaba un poco de sal y la esparcía sobre lo que iba a comer. Siempre sin probarla previamente. Así y todo, no recuerdo que haya sido un tema especial para quienes veíamos su actuar. Nunca le preguntamos por qué lo hacía, me refiero, ni cuestionamos que lo hiciera. Tal vez hicimos una broma alguna vez, pero sinceramente no recuerdo nada especial, respecto a aquello. Ahora que lo pienso, éramos así en aquel entonces. No cuestionábamos nuestras manías, supongo. Por extrañas o ilógicas que fueran, nunca las cuestionamos. Otro de nosotros, por ejemplo, intentó matarse varias veces y, si bien lo íbamos a ver y lo acompañábamos tras cada fallo, no recuerdo que hayamos recriminado su conducta ni consultado nada a ese respecto. Simplemente estábamos ahí. Al lado de quien sacaba su bolsita de sal o de quién intentara colgarse o llenarse de pastillas cada dos meses. Siempre al lado. No quiero defender desde la lógica que esto era lo correcto, pero sinceramente siento que nuestro comportamiento era, al menos, algo puro. Y cada vez hay menos cosas o actitudes, que podemos llamar honestamente de esa forma.

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