viernes, 15 de septiembre de 2023

Guerras en las que no participamos.


Su padre tenía un grupo de amigos con quienes se juntaba a ver películas de guerra. Guerras en las que, por supuesto, nunca habían participado. Sonaba bien esa frase, pero ante todo debía reconocer que esas palabras no eran suyas. Así se los escuchó decir a ellos mismos cuando le quisieron explicar: nos gusta ver películas de guerras en las que nunca hemos participado.

Ellos le hablaban como a una niña, aunque sin duda ya no lo era. O al menos, ya no se reconocía de esa forma.

Como la casa era pequeña (y las paredes delgadas) ella escuchaba cada una de las películas que los otros veían. Generalmente se trataba de películas ambientadas en la primera guerra mundial.

Lo sabía porque en vez del aparataje nazi o la típica exhibición de masacre a los judíos, tenían escenas en trincheras y una forma caballerosa -sobre todo en las películas británicas-, con que se relacionaban los distintos personajes.

-¿Sabes dónde está el baño? -le dijo una vez uno de los amigos de su padre.

Era obvio dónde estaba, pero ella se lo indicó.

El hombre había abierto de improviso el cuarto en el que ella se encontraba, para realizar aquella pregunta.

Una semana después, mientras veían otra película, el hombre volvió a abrir la puerta de su cuarto. Esta vez la saludó directamente y le preguntó qué hacía por las tardes o si siempre estaba ahí.

No alcanzó a contestarle cuando de pronto vio a su padre llegar de improviso y, sin mediar palabra alguna, romperle una botella al tipo en la cabeza.

De inmediato llegaron los otros hombres que sujetaron con fuerza a su padre y socorrieron al hombre que había sido golpeado y que sangraba profusamente desde detrás de una oreja.

Poco después, entre gritos, confusas explicaciones y amenazas se fueron del lugar.

Esa vez fue, por cierto, la última oportunidad en que aquel grupo se juntó para ver películas de guerra.

Ella, por su parte, no llegó a hablar de lo sucedido con su padre y se limitó a limpiar la mancha de sangre de su alfombra, que igualmente no salió del todo.

Nunca nada terminaba de borrarse, pensaba ella, cuando la observaba.

Y ese fue el único nunca, a fin de cuentas, que resultó ser cierto.

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