lunes, 11 de septiembre de 2023

Construir un árbol desde sus ramas.


Le dijeron que no era lo adecuado, pero insistió y lo hizo igualmente: construyó un árbol desde sus ramas. No un árbol natural, por supuesto, sino uno que era parte de la escenografía para la obra de teatro en la que M. participó adecuando el guion e incorporando un par de canciones. Eran canciones antiguas, cuyas letras y primeros ritmos estaban tomadas desde un poemario náhuatl que había sido publicado hace al menos treinta años por el Fondo de Cultura Económica. El libro lo había conseguido a través de una profesora de la universidad, que era conocida mayormente por haber abofeteado en público a Federico Schopff, al término de una clase en el auditorio central de la facultad. Ahora, por cierto, el árbol era construido para una representación que se efectuaría en un auditorio similar, perteneciente a una universidad privada, a la que asistirían varios invitados que probablemente no llegasen a descubrir nunca (ni a pensar siquiera), que el árbol de la escenografía había sido construido desde sus ramas. De hecho, es probable que la diferencia de este último árbol con otro construido desde su tronco o raíces, fuese prácticamente imperceptible. Así, sentados frente al escenario, esperando el comienzo de algo que (aunque no lo comprendieran) ya se estaba realizando desde hacía unos instantes, todos concordaron en alabar aquel lugar, tan bien dispuesto para lo que vendría. O para lo que supuestamente vendría, más bien, porque lo cierto es que no llegó. Y es que justo entonces, comenzó el caos.

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