lunes, 4 de septiembre de 2023

Leo.


I.

Leo que cada cierto tiempo, Bocaccio solía llevar algunos florines a la hija de Dante, que estaba recluida en un convento.

No siempre lo dejaban visitarla, pero así y todo dicen que logró reunirse con ella al menos en tres o cuatro ocasiones.

Desconozco si fueron largas reuniones o si apenas cruzaron frases de cortesía, pues oficialmente solo hay unos cuantos apuntes que confirman las visitas y un lienzo pintado por el pintor escocés William Bell Scott quien imaginó uno de estos encuentros, varios siglos después.

Dicen que este pintor, por cierto, se retiró de la vida pública y pasó recluido los últimos 5 años de su vida escribiendo sus memorias.

Desconozco si esos últimos años fueron también incluidos en sus memorias, o si solo consideró su vida hasta que la dejó de lado y comenzó su escritura.


II.

La mayoría de los biógrafos coinciden en que antes de escribir el Decamerón, Bocaccio nunca había abordado el realismo.

No sé sus visitas al monasterio de Santo Stefano (donde estaba la hija de Dante) habrán tenido algo que ver, pero si me fijo en las fechas podría aventurarme y decir que sí.

Lo que sí sé es que Bocaccio, tras reunirse la primera vez con ella, se negó a llamarla sor Beatriz e insistió en nombrarla con su nombre original: Antonia.

El nombrarla de esta forma, por cierto, fue una de las razones para que no terminaran entregándole a ella las últimas cartas que Bocaccio le escribió.

No hay ninguna Antonia en este convento, le dijeron tras rechazar la primera de sus cartas.

Pero él siguió insistiendo un par de veces más, sin lograr su cometido.

Eso es lo que leo, al menos, cuando investigo sobre aquel asunto.

Y es probablemente lo más cerca que podré llegar, de esa verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales