sábado, 2 de septiembre de 2023

Me confundo.


Me confundo. Siempre me confundo. Ayer, por ejemplo, ¿o fue hoy? Bueno, no importa… El caso es que llovía. Fuertemente llovía. En la tv entrevistaban a gente cuyas casas se habían inundado y otras cosas de ese estilo. Lo ignoré cuanto pude. Yo estaba dentro de casa preparando una sopa de cebolla caramelizada. Eso sí lo recuerdo porque finalmente no me la tomé. En cambio salí a la calle, bajo la lluvia. Tal vez porque me gusta la lluvia –o al menos eso es lo que siempre digo-, salí a caminar bajo la lluvia. Sin paraguas, por supuesto y sin urgencia por ir a sitio alguno. No recuerdo ahora donde fui, pero si que llovía fuerte. Eso y que, mientras caminaba, comencé a preguntarme si realmente me gustaba mojarme bajo la lluvia. Y es que estaba esa opción, por supuesto, pero también existía otra poco más extraña: tal vez era la culpa de estar seco lo que me impulsaba a andar bajo la lluvia. Sea como fuera, pensé, la lluvia me alivia, de cierta forma. Y aliviarse es siempre sacarse un peso y esto, por supuesto, se traduce en una buena sensación, pensé, así que, ¿para qué amargarse con tanta pregunta? Dicho esto, seguí caminando hasta que me pasé de agua. Los zapatos, la ropa, la carne misma de uno… todo había sido pasado por el agua. En esas condiciones regresé a casa. No sé por qué, pero demoré un poco en sacarme la ropa. Tras hacerlo, la arrojé en la tina, en el baño. Las observé. Eran un poco como yo, pero sin una parte. Y esa parte, ciertamente, estaba observando a la otra. Así, volví a confundirme, pues no recordaba en qué parte estaba. Desde la tina, con frío, pensé entonces en el sabor de la sopa de cebolla que alguien más estaba tomando. Alguien que, a todas luces, no era yo.

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