sábado, 3 de septiembre de 2022

Troyano.


Un corazón troyano. Una especie de corazón troyano que solo se destruye desde dentro. Algo así, según recuerdo, era la metáfora que se repetía una y otra vez en aquel texto. Al borde de lo cursi, por supuesto, pero no me pareció, sin embargo, un mal texto. Y es que, a partir justamente de la repetición, lograba desarrollar cierta fuerza que parecía expandirse hasta nosotros, justamente desde dentro. Y es que se proponía en sus palabras que todo era troyano, según recuerdo. Desde los objetos cotidianos, digamos, hasta un único y grandioso dios troyano, al que solo se podía descubrir estando dentro. Abusaba de la metáfora, lo admito. Tanto así que se descomponía en ocasiones y perdía su significado, a fuerza de repetir muchas veces la palabra. Con todo, dicha repetición parecía ser también una especie de conjuro a partir del cual pasabas a estar de pronto dentro de algo. Dentro de ti mismo, probablemente, o de cualquier otra cosa que pudiese ofrecer espacio para permanecer dentro. Lo troyano, por otro lado, contenía, asimismo -por asociación, supongo-, la idea de ruina. La sensación de aquello venido abajo y vuelto a levantarse una y otra vez, a fuerza de voluntad y de tiempo. Un corazón troyano, en definitiva. No me parecía, repito, un mal texto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales