sábado, 10 de septiembre de 2022

Ella se para para abrir la puerta.


Cada diez minutos, más o menos, ella se para a abrir la puerta.

Lo hace sin previo aviso, como si hubiese oído un golpe que no existió, y entonces la abre quedándose a un costado.

Se queda ahí unos segundos, como si esperase que alguien entrara, y luego vuelve a cerrarla.

Su actitud es sobria, pero extraña.

Me refiero a que ella se comporta como si hubiese entrado, por la puerta, alguien invisible.

Y luego regresa al sitio en que se encontraba antes de hacerlo.

-¿Es para ventilar el lugar? -le digo, sabiendo que no es el caso.

-¿Ventilar…? -pregunta ella.

-Sí… -insisto-, le pregunto si abre la puerta para airear el lugar…

Ella se demora en responder.

Parece molesta.

Entonces dice, secamente:

-No me interesa airear el lugar.

Luego de esto, me da la espalda y comienza a leer un libro que no me percaté que llevaba.

Intento ver de qué se trata.

Es un libro pequeño, de Margaret Atwood.

Por el tamaño, no debe tratarse más que de un relato.

Tras avanzar un par de hojas, ella vuelve a pararse e ir hasta la puerta.

Vuelve a abrirla y pararse a un costado, como si no quisiera bloquear la entrada.

Luego de unos segundos, vuelve a su sitio, como antes.

Yo pensaba decirle algo, pero finalmente no lo hago.

Ella, en tanto, parece llegar al final de su libro.

Lo cierra con cuidado y vuelve a guardarlo.

Justo en ese instante decido que me pondré de pie y saldré de aquel sitio.

Lo decido, por supuesto, pero de momento no lo hago.

Luego, tal vez, pero por ahora no.

Ella me observa, sin embargo, como si ya hubiese partido.

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