viernes, 23 de septiembre de 2022

Cámaras de seguridad.


G. instaló en su casa cámaras de seguridad.

O mandó a instalar, más bien.

Once cámaras.

Estaban ubicadas de tal forma que abarcaban todo el perímetro e incluso distintas zonas al interior.

De esas once cámaras seis eran verdaderas y cinco falsas.

Se lo recomendaron así pues la compañía de vigilancia externa cobraba un monto si se tenían hasta seis cámaras (considerado para vivienda) y de ahí en más cobraba como si se tratase de una empresa, subiendo considerablemente el plan.

Lo extraño del asunto, sin embargo, es que G. no se preocupó nunca de elegir cuáles eran las cámaras verdaderas y cuáles las falsas. Y por lo mismo, no tenía consciencia sobre cuáles eran las que funcionaban realmente.

A partir de esto, G. llamó a la empresa de vigilancia para que le diesen la información.

Quiero saber cuáles son mis cámaras verdaderas y cuáles las falsas, les dijo.

Después de varias llamadas infructuosas le dijeron que no podían dar esa información.

Que como empresa de vigilancia solo recibían la señal de las seis funcionales, pero que las instalaciones corrían a cuento de una compañía que subcontrataban y que no guardaban registro de sus trabajos.

Por último, aunque esto le costó mucho más, G. logró que se comprometiesen a enviarle archivos con imágenes de las cámaras funcionales, para así poder determinar, a fin de cuentas, cuáles eran las que funcionaban y poder distinguir entre ambas.

¿Y una vez que lo hagas, qué será diferente?, le pregunté durante una conversación hace unos días.

Muy poco, admitió G., pero al menos sabré diferenciar las verdaderas de las falsas.

Guardé silencio.

No quise prolongar la discusión.

Sus sentimientos, al menos, eran nobles.

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