miércoles, 28 de septiembre de 2022

El tiempo no era suave.


El tiempo no era suave.

La correa del reloj sí.

O, al menos, la correa era suave por dentro.

Justo en la zona en que hacía contacto
con la piel de la muñeca izquierda.

La ajustaba bien, por esto,
y nunca le molestó el roce.

Sin embargo, más allá de la suavidad en la piel,
el sonido constante del tiempo
le resultaba tan áspero
que la angustia llegaba hasta otros sitios
al poco tiempo.

No. Definitivamente el tiempo no era suave.

En principio lo relacionó con un sonido concreto,
pero se trataba en realidad de otra clase de ruido.

Algo así como una onda que emitiera el reloj
por el simple hecho de intentar medir el tiempo.

El ruido de la pretensión, entonces.

O el ruido del intento fallido
y del recuerdo constante
de ese mismo fracaso.

Un ruido punzante que contrastaba
con la suavidad de la correa
que estaba en contacto con su piel.

No es algo que válga la pena, se dijo entonces.

El tiempo no era suave,
pero podía intentar, al menos,
esquivar el roce.

Protegerse del daño, digamos.

No el de la correa, por supuesto,
sino el roce del tiempo mismo.

Y también el daño que comenzaba a incrustarse
en un sitio que no resultaba identificable.

Y claro:
ocurría que el tiempo no era suave.

Eso se dijo a sí mismo,
como conclusión,
con una amargura extraña.

Luego, no sé bien
que ocurrió.

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