martes, 13 de septiembre de 2022

Lo que le comenzó a ocurrir.


Desde hace un tiempo le comenzó a ocurrir.

¿Qué le ocurría?

Pues que de un momento a otro algunos dedos de sus manos se le ponían negros.

Sin razón aparente, pero así ocurría.

No era por el frío.

No tenía relación con movimientos bruscos ni otras conductas perceptibles.

Simplemente se miraba las manos y de vez en cuando uno o unos cuantos dedos se habían vuelto negros, nada más.

No perdían movilidad.

No dolían.

Cambiaban de color por algún problema en la circulación, suponía.

Pero todo volvía a la normalidad y hasta desaparecían por completo en un par de días.

¿Qué cambió?

Cambió que de pronto ya no fueron solo negros.

Ocurrió entonces que de un día para otro además de negros, la punta de algunos de esos dedos se quedaba en blanco.

Como si no llegase sangre hasta la punta, y esta se adormeciera.

Podía igualmente mover los dedos, no había dolor, pero la yema de los dedos negros estaba ahora totalmente blanca.

Probó a masajearse los dedos, como impulsando la sangre hacia el extremo, pero no lograba cambios.

Incluso, para probar su teoría, probó a pincharse las yemas con un alfiler y notó que no sangraban.

Levemente sentía el pinchazo, pero las yemas blancas no sangraban.

¿Qué hizo entonces?

Nada.

Absolutamente nada.

Siguió esperando el próximo paso, digamos.

Así ocurría siempre, con todo.

Ocurría lo que debía ocurrir, se decía.

Nada más.

Las vidas llegan a su fin.

El amor duele.

Y hasta los soles se apagan.

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