15 años atrás.
Encuentro unas fotos de aquel día.
También unos apuntes.
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Soy sincero: lo único especial que tenía la chica
que ganó el torneo universitario de debate eran sus tetas. Por lo general no me
animo, pero estaba borracho y además yo había perdido y debía mostrar
cordialidad. Por otro lado, los de mi equipo me habían dejado botado puesto que
yo no había querido decir ni una palabra en el torneo y nos habían ganado, en
gran medida, por esa situación.
A mí, sinceramente, me había parecido chistoso.
Fue entonces que me acerqué donde la chica que
estaba también sola en otro sector, con un libro sobre la mesa.
-¿Qué lees? –le pregunté.
-Tu pregunta está mal formulada –me dijo-. No leo
en este momento. El libro está cerrado, sobre la mesa. La buena cohesión es la
base de un buen argumento…
-Ya –dije yo, mientras me sentaba a su lado.
Destapé una cerveza. En ese entonces tomábamos en
botellas de un litro que no compartíamos con nadie. Le ofrecí otra que llevaba
en mi mochila.
-No me gusta tomar cerveza. Me confunde y me hace
cuestionar mis propios razonamientos… -señaló-. Creo que es peligroso dudar de
la razón propia solo por darse un gusto. ¿Estás de acuerdo?
-Eh… bueno… -dije yo-. Sí... estoy de acuerdo.
-Así no es justo –alegó-. Explícame por qué
estás de acuerdo.
-Eh… porque bueno… eh… por eso… o sea, por todo...
-¿Por qué?
Dejé mi cerveza a un lado. Me molesté un poco.
-Porque yo justamente tomo cerveza para eso, para
dudar de mis razonamientos –me vi obligado a contestar-. Para dudar de mi razón
propia.
Esa era la frase más larga que había dicho en toda
aquella semana.
Tanto me asombró que incluso me sentí sobrio, por
algún instante.
-Ese es un buen punto –dijo-. Aunque claro, usas mi
argumento para atacar mi juicio, eso no me parece justo…
-Pues a mí no me parece justo que desperdicies esas
tetas –le dije, interrumpiéndola.
-No las desperdicio –dijo entonces, en un tono relajado-. Hoy había tres hombres de jurado. Eso ayuda a convencerlos.
-Ya –dije yo.
Entonces ella se rió y me dijo que si le conseguía
un vaso podíamos tomar algo.
Y claro, me paré entonces a buscar un vaso.
Mientras buscaba, sin embargo, empecé a sacar
cálculos y pensé en la serie de argumentos que debía organizar para ganar ese
otro torneo.
-Además el triunfo apesta –recuerdo que me dije.
Así, en vez de regresar, me
quedé tomando con un amigo gordo que tenía las tetas parecidas.
Y claro, bebimos en silencio, como se debe beber,
cuando confiamos en el otro.
Finalmente, cada uno se fue por su lado.
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