Escribo y borro.
Eso hago hace unos días.
Por lo general avanzo cinco, o siete líneas.
Luego borro.
Hoy por ejemplo ya he borrado un epígrafe, el comienzo de un diálogo y
unas ideas sueltas que no llevaron a nada.
Pronto olvidaré qué decía el epígrafe.
Las ideas se confundirán, si es que permanecen.
Ya ni siquiera recuerdo las frases del diálogo.
Y claro, ni siquiera sé si es bueno, hacerlo así.
Ahora mismo, por ejemplo, acabo de borrar cuatro líneas.
No es por temas estéticos, ni por correcciones ni nada por el estilo.
De esas cosas trato de no preocuparme nunca.
No sé, sin embargo, por qué lo hago.
De hecho, a veces pienso que en mi interior, alguien borra las razones.
Y algunas acciones pasan entonces a ser desarrolladas, tal como se
escribe este texto.
Así, resulta que olvido el origen de mis pasos.
Se desvanece la voluntad primera.
Y hasta se vacían los bolsillos apenas reúno tres o cuatro cosas.
Vuelvo a borrar ahora ocho líneas.
La sensación es extraña.
A veces, por ejemplo, me siento como un Panda comiendo bambú.
Y es que el bambú puede crecer hasta un metro en un día.
¡Un metro en un día…!
Elijo entonces quedarme con esa imagen.
Me detengo ahí un poco.
Vuelvo a borrar cinco líneas.
Debe ser una labor difícil la de mantener el bambú a raya, me digo.
Los Panda no parecen tener hambre, concluyo.
Quedan pocos Pandas.
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