domingo, 31 de agosto de 2014

Ninguno.



Ni Bukows.

Ni Dosto.

Ni Fante.

Ninguno de esos va a venir a revisar 200 pruebas.

Ninguno va a planchar tu camisa para mañana.

Ninguno te va a reemplazar para que visites a tu padre en el Hospital.

Ni Asturias.

Ni Onetti.

Ni Abe.

Ninguno va a darle un orden a tus cosas.

Ninguno te va a dar más tiempo.

Ninguno te va a servir de aval para la casa propia.

Ni la Highsmith.

Ni la Nothomb.

Ni la Lispector.

Ninguna va a estar a tu lado esta noche.

Ninguna te va a decir que descanses.

Ninguna va a decir tu nombre, antes de dormir.

Ni Bellow.

Ni Auster.

Ni Cheever.

Ninguno te traerá un café.

Ninguno te destapará el baño.

Ninguno limpiará tus muebles.

Ni Camus.

Ni Schopehn.

Ni Sartre.

Ninguno lustrará tus zapatos.

Ninguno te comprará aspirinas.

Ninguno te encaminará al trabajo.

Ni Rilke.

Ni Pessoa.

Ni Rimbaud.

Ninguno lavará tus ropas.

Ninguno pagará tus deudas.

Ninguno te cargará la bip.

Ni Kafka.

Ni Emar.

Ni Huidobro.

Ninguno leerá tus escritos.

Ninguno vendrá a visitarte.

Ninguno sacará la basura, por ti.


Y claro… las listas son largas y podría seguir así toda la noche.

Pero ninguno sería tocado, finalmente, en lo más mínimo.

Por otro lado, a veces llega Vonne, Kazant y hasta algún otro, que me recuerdan que hay que aceptar la gracia.

Y entonces yo les pido disculpas y reúno fuerza para partir de nuevo.

Por suerte, ellos no son rencorosos.

Me miran simplemente como un chico taimado y egoísta y hasta falto de talento.

Uno se ríe, uno bosteza, algún otro frunce el ceño.

Yo, en tanto, los vuelvo a ordenar.

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