Caminas.
No importa por dónde.
No importa hacia dónde.
Vas un poco distraído.
De pronto, alguien te avisa que tienes desabrochado un zapato.
Agradeces.
Ese alguien se va.
Entonces te miras el zapato.
Nadie te obliga, claro, pero es lo que haces.
A veces lo abrochas y sigues.
Pero a veces no lo abrochas.
Tal vez no sea realmente un gran
peligro.
Tal vez no valga la pena
abrocharse, piensas.
Yo, en cambio, pienso que es un pequeño acto de rebeldía.
Sigues caminando.
Entonces, tal vez otro alguien
se detenga y haga la misma observación.
Y claro, puede que tú le agradezcas.
Vuelves así a mirar tu zapato.
Y vuelves nuevamente al asunto de las funciones.
Ahorremos tiempo y digamos que no haces caso.
Digamos incluso que no hizo falta, pues no te tropezaste ni caíste
hasta llegar a tu destino.
¿Te haces la idea...?
Ahora bien, me gustaría hablar de tres posibles errores que cometiste
en tu trayecto.
Solo para que los corrijas, claro.
Para empezar, te diré que el problema no tiene que ver con abrochar o
no tus zapatos.
Eso es cosa tuya…
Por otro lado, tampoco es bueno que te creas eso de haber llegado a
destino.
Eso es algo que no sabrás, hasta que sea tarde.
Finalmente, debo reconocer que mentí, antes, cuando dije que no
importaba hacia dónde caminaras.
No entraré en detalles, de todas formas.
Ah… se me olvidaba…
Tienes desabrochado un zapato.
A veces, los breves detalles logran cambiarnos el destino. Lo cierto es que nunca nos enteramos de cómo hubiese sido la cosa si no hubiese ocurrido.
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