sábado, 30 de agosto de 2014

Ratones.



M. me cuenta que se fue de vacaciones. Sin embargo, en vez de contarme sobre las vacaciones me relata la estrategia que utiliza cuando deja solo al gato. Me cuenta así que, como no tenía con quien dejarlo, se le ocurrió lo que le pareció una gran idea. Comprar unos cuantos ratones y dejarlos en el departamento, para que el gato los cace. Me pareció más sano, me dice, más auténtico que ese montón de comida envasada que me habían recomendado dejarle. La primera vez fue hace cinco años, me cuenta. Solo estuvo fuera por un par de días así que probó con un puñado de comida envasada y soltó además un par de ratones. Así, cuando volvió, aún quedaba un poco de comida envasada, pero no había rastro de los ratones. Salvo unas pequeñas manchas sospechosas, sobre la alfombra, me dijo. Según su relato, hizo lo mismo los años siguientes aumentando cada vez más el número de ratones, hasta las dos docenas de la última vez, cuando debió viajar poco más de tres semanas. Quizá exageré un poco, admite, pero estaban de oferta en una tienda que los vendía como comida de serpientes, y me entusiasmé. Como él parece pedirme aprobación, le doy la razón. Siempre lo hago. Entonces me cuenta la desgracia. Yo, por cierto, ya la había adivinado. ¿Te comprarás otro gato?, le pregunto entonces. Él saca cálculos. Se demora. Creo que necesito unos cuatro, dice entonces, o tal vez cinco. O puedes probar con serpientes, digo yo. M. parece considerar la idea. Tal vez el problema no sea ese, dice de pronto, entusiasmado. Así, finalmente, anota algo en un papel. Lo guarda en su billetera. No explica nada y se despide con torpeza. Termina el día. Esa noche, a solas, sueño con ratones. Es la primera vez que no me provocan asco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales