Un hombre se hace millonario tras patentar un nuevo
tipo de escaleras de emergencia. Y claro, como parece ser todo un ejemplo de
emprendedor, lo envían a dar una charla y yo me veo envuelto, junto a algunos
estudiantes, en una extensa presentación donde él explica sus logros.
Ya desde un inicio, el hombre nos muestra una de
esas escaleras diseñadas para edificios de departamentos que, nos explica,
deben cumplir cierta normativa y entregar una alternativa para evacuar dicho
edifico por sus paredes externas.
Así, comprendo la gracia de su invento que, en
resumen, consiste en una extensa escalera plegable y desmontable que puede
conectarse a cierta estructura del balcón de cada departamento, creando una
ruta de escape de emergencia ante una eventualidad mayor.
A lo largo de su presentación, por cierto, el
hombre presenta además algunos gráficos que dan cuenta del alza de sus ingresos
y de distintas alianzas y contratos que ha establecido con empresas de construcción,
lo que le permite proyectarse de manera exitosa hacia el futuro.
Por último, llega el momento de una ronda de
preguntas por parte de los estudiantes, quienes no se animan a preguntar en
demasía, pero que terminan haciéndolo finalmente a través de una única pregunta
que apunta a saber si alguna vez ha habido una emergencia que obligue a usar su
invento.
Entonces, el hombre señala que no… que afortunadamente
no… y es que nadie, agrega, le gustaría perder todo y abandonar aquello que
tiene, por una escalera de emergencia.
Apenas termina de señalar aquello, sin embargo un
alumno levanta la mano para comentar algo.
-A mí sí me gustaría –señala, sin dar explicaciones.
El hombre emprendedor sonríe de una manera
incómoda.
Después de unos minutos, se dan los respectivos
aplausos y todos volvemos a clases.
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