lunes, 9 de junio de 2014

Un fósforo, quién sabe para qué.



Siempre que enciendo un fósforo se me olvida para qué lo prendo.

A veces, incluso, el fósforo se consume hasta quemarme los dedos.

Por suerte,  estoy con otros, que me recuerdan el quehacer.

Un amigo, por ejemplo, me recordó sobre unas velas, que estaba encendiendo.

Y otro amigo, por su parte, me recordó la mecha del explosivo, que estaba junto a mis pies.

Con todo –admito-, están en su derecho de no considerar su gravedad.

Y hasta dejaré que se burlen algunos, pues más adelante pagarán el precio…

No sé si se entiende.

Y es que no lo digo por justicia, después de todo.

Tampoco lo digo como advertencia o parte de un protocolo.

Lo planteo más bien como un ejemplo…

O como otro fósforo que enciendo, para iluminar quién sabe qué.

Entonces, miro la llama avanzar rápidamente hacia la base.

Y percibo el leve dolor del fuego, al rozar contra mi piel.

Y es que todo así, de pronto, me parece fósforo encendido.

¡Olor a fósforo encendido…!

Y claro… de vez en cuando un sobresalto.

Y claro… de vez en cuando alguien invoca a Dios.

Se apaga un fósforo… 

Un perro ladra en la distancia.

O tal vez es otro fósforo encendido, quién sabe para qué.

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