Ella era una avalancha que creía estar de pie. Una
avalancha que creía ser un pilar firme. Una avalancha que nos hacía creer que lo
que estábamos viendo, era el resultado de una serie de intentos por permanecer
en un mismo sitio. Eso era ella. En principio. Pero claro, las avalanchas no
saben contenerse a sí mismas y suelen
caerse sobre otras cosas. Por lo mismo, ella no solo era una avalancha,
sino que era también, otras cosas. Un ser en cambio que apenas se contenta con
un rasgo, con una pista pequeña para reconocer qué se era en un inicio.
Ella era una avalancha que creyó que siempre podía
seguir siéndolo.
Ella era caída constante.
Ella pensó que por ser avalancha podía arrastrar lo que son los demás, con su propio peso.
Ella sintió que al ser avalancha, tenía el derecho de romper todo y echarlo abajo.
Ella era caída constante.
Ella pensó que por ser avalancha podía arrastrar lo que son los demás, con su propio peso.
Ella sintió que al ser avalancha, tenía el derecho de romper todo y echarlo abajo.
Pero claro, esa forma de vida no puede ser eterna.
Y ocurrió entonces que la avalancha no tenía ya hacia qué superficie caer y
decidió, por tanto, sostenerse en la altura y esperar una señal que no llegaba.
Así, finalmente, ella –que era una avalancha-, se
negó a sí misma para seguir siendo una sola. No cayó, no destruyó… y hasta se
olvidó que era una avalancha.
Algunos piensan que hizo lo correcto.
Ay, eso dolió.
ResponderEliminar