sábado, 21 de junio de 2014

Ella era una avalancha.



Ella era una avalancha que creía estar de pie. Una avalancha que creía ser un pilar firme. Una avalancha que nos hacía creer que lo que estábamos viendo, era el resultado de una serie de intentos por permanecer en un mismo sitio. Eso era ella. En principio. Pero claro, las avalanchas no saben contenerse a sí mismas y suelen caerse sobre otras cosas. Por lo mismo, ella no solo era una avalancha, sino que era también, otras cosas. Un ser en cambio que apenas se contenta con un rasgo, con una pista pequeña para reconocer qué se era en un inicio.

Ella era una avalancha que creyó que siempre podía seguir siéndolo.

Ella era caída constante.

Ella pensó que por ser avalancha podía arrastrar lo que son los demás, con su propio peso.

Ella sintió que al ser avalancha, tenía el derecho de romper todo y echarlo abajo. 

Pero claro, esa forma de vida no puede ser eterna. Y ocurrió entonces que la avalancha no tenía ya hacia qué superficie caer y decidió, por tanto, sostenerse en la altura y esperar una señal que no llegaba.

Así, finalmente, ella –que era una avalancha-, se negó a sí misma para seguir siendo una sola. No cayó, no destruyó… y hasta se olvidó que era una avalancha.

Algunos piensan que hizo lo correcto.

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