“Alabado sea Dios porque no soy bueno
y tengo el egoísmo natural de las flores…”
A. Caeiro
El mundo estaba sonando
y yo no distinguía nada.
Afortunado de mí:
¡Nada tiene para decirme el mundo!
Ni el sonido del río.
Ni el sonido de las aves.
Ni el sonido del viento.
Si el mundo quisiese decirme algo
escogería un idioma que yo comprendiese.
Mis latidos.
Mis palabras.
Mi cansancio.
En cambio,
Dios me ha dejado vagar por el mundo.
Dios me ha dado el día libre.
Nada de misiones suicidas.
Nada de dar la vida por el prójimo.
Así, podría escuchar mi corazón hasta que cese
sin hacerle daño a nadie.
No parece cierto,
no es algo agradable de escuchar,
pero lo dije bien:
podría escuchar mi corazón hasta que cese
sin hacerle daño a nadie.
Por otro lado,
ciertamente,
tampoco necesito
que empujen mi columpio…
Yo barajo y reparto
mis propias cartas.
Seguirá el mundo sin mí.
Cierro los ojos y sigo sin el mundo.
Todo lo demás son cosas que nos inventamos.
Cosas que nos regalamos a nosotros mismos.
El árbol.
El canto de los pájaros.
Y hasta el amor de los otros.
¡Nada hay menos nuestro
que el amor de los otros…!
Nada nos pertenece
y nada nos habla.
Dios eligió el silencio
y le agradezco.
Dios me ha dado el día libre.
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