Siempre consideré a mi tío E., como un mentiroso.
Por lo mismo, siempre lo consideré, finalmente,
como un ídolo.
Sus historias acostumbraban comenzar con una
anécdota que, aunque maravillosa, resultó ser la única aventura cierta, entre
aquellas que narraba.
Dicha anécdota databa de cuando tenía él 18 años.
En esa oportunidad mi tío quería evitar a toda costa hacer el servicio militar,
por lo que decidió realizar una acción drástica: cortarse el dedo de un pie.
Así, armado de valor, con una navaja y un poco de
alcohol, mi tío se habría cortado un dedo pequeño del pie derecho.
Lamentablemente, según su historia, él nunca se
había percatado de que tenía seis dedos, por lo que fue aceptado, tras unas
semanas de curaciones, en el ejército de nuestro país.
¿Sueña estúpido, no creen…?
Lo peor es que comprobé, tras leer unos archivos
militares, que era cierto.
Luego de esa anécdota, sin embargo, mi tío E. comenzaba
a narrar una serie de mentiras que incluían, como ejemplo, lo siguiente:
Haber sido campeón continental de salto
alto.
Haberse convertido en perro durante un
verano entero, en Punta Arenas.
Haberse recibido de seis carreras
profesionales distintas, pero no haber ejercido ninguna.
Haber sido actor porno, en Irán.
Por lo general, estas historias las contaba mi tío
en reuniones familiares, tras tomar unas copas de vino y tratando de contar una
serie de detalles graciosos que arrojaban graves inconsistencias, por lo que
solíamos desenmascararlo al final de cada historia.
Ahora, sin embargo, tras largos años de no escuchar
aquellas historias, vengo a darme cuenta que nunca supe nada cierto, de la vida
de mi tío E.
Es decir, nada salvo que se cortó un dedo para no
entrar al servicio militar, y que terminó, con esto, volviéndose apto.
Eso quería contarles.
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